martes, 23 de febrero de 2010

Figueres, España: "Una experiencia surrealista"

Avancé unos metros más, y de pronto, frente a mí, irrumpió una casa con huevos gigantes en el techo. Había llegado al Teatro-Museo Dalí. Algunos aseguraban que, para el pintor el huevo representaba el nuevo hombre, la esperanza de la llegada de una raza que erradicase la violencia.
Pocos artistas como Dalí han tenido la oportunidad de supervisar las obras del museo donde se expone su propia obra. Es más, él lo pudo ver finalizado en vida, en 1974. No me soprendió, pues, el cariño que puso en el diseño de cada uno de los rincones, no sólo porque se trataba de la instalación de su obra, sino porque fue en ese antiguo teatro donde hizo su primera exposición a los catorce años.
Cuando ingreses camina hacia el patio central y verás que Dalí montó una obra monumental en honor a su mujer, Gala: sobre un cadillac negro puso la escultura de una mujer, y detrás, una columna sostiene un barco con preservativos gigantes, que representan las lágrimas que derramó el artista por Gala, después de su muerte.
Antes de definirse como pintor surrealista, Dalí exploró el realismo, el cubismo y el impresionismo. Te recomiendo algunas piezas: la serena Port Alguer(1924), inspirada en la playa catalana del mismo nombre. Hecha por el pintor a los veinte años, mostraba a un artista capaz de sacar lo mejor del realismo.
Años más tarde, el surrealismo aparecería en toda su dimensión con pinturas cargadas del mundo onírico del pintor, tales como Leda Atómica(1949) y Galatea de las Esferas(1952).

No puedes dejar de entrar a la sala de Mae West, instalación supervisada por Dalí y lograda por el arquitecto Oscar Tusquets. Se trata de la interpretación física del cuadro que se exhibe en Chicago. Un tributo que hace el artista a la seductora actriz que llamó su atención por su actitud, y por comentarios como este: "Por qué casarme y hacer infeliz a un hombre, cuando puedo quedarme soltera y hacer a muchos hombres felices". Te resultará fascinante descubrir los labios en un sofá rojo, la nariz en la chimenea y los ojos en dos pinturas.
Del museo saldrás con los sentidos rebosados. No hay duda de que este hombre de bigote engominado fue el amo y señor de una forma de expresión nueva. Cada vez que recuerdo su frase:"La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco" espero que su mundo masturbado; los colores, animales alados y relojes blandos, se conviertan en una vía de escape para aquellos que creyéndose muy cuerdos, buscan desesperadamente, aunque sea por unos minutos, abstraerse del mundo en que vivimos.
Los escondites del Cronista Errante
Teatro Museo Salvador Dalí

Sin dudas, lo mejor de Figueres. El costo por persona es de 11 euros. El museo consta de dos partes: el teatro/museo, y la exhibición de las “Joyas de Dalí”, ubicado en el edificio adyacente al teatro museo. Un ojo impregnado en una gema, labios de perlas y un corazón de brillantes son algunas de las piezas únicas donde podrá apreciar el talento de Dalí como joyero, y en su diseño el artista busco rescatar el valor del trabajo de los artesanos joyeros, más que el valor de las piedras en sí.

Los trenes de Barcelona a Figueres parten cada hora desde la Estación Sants o la estación de metro Paseo de Gracia. El costo ida y vuelta por persona es de aproximadamente 16 euros.

Restaurante Interval
Pl. Ajuntament, 9 – 17600 FIGUERES, tel. 972-670-565

Ubicada frente a la bonita Plaza de Ayuntamiento, este restaurante cálido y agradable, es una excelente opción de buena comida a un buen precio (los platos no pasan de diez euros). Recomiendo el plato de pollo a la plancha, ensalada con espárragos y papas a la francesa.

Hotel Marina
Riera 3, CADAQUÉS, tel. 972-159-091

Dado que el paseo a Figueres le tomará sólo unas horas, recomiendo el alojamiento en Cadaqués, localidad costera a una hora en bus desde Figueres (4.5 euros p/persona). La habitación doble no pasa los 40 euros.

Desde finales del siglo XIX, este precioso rincón de la Costa Brava fue un lugar de encuentro e inspiración para artistas como Henri Matisse, cubistas como Picasso y surrealistas como René Magritte, Marcel Duchamp y Federico García Lorca. Dalí no sólo vivió en Cadaqués sus veranos de niño, sino que realizó sus mejores trabajos, conoció a Gala y residió con ella durante varios años en una casa que hoy es también un museo que se puede visitar, previa cita (Tel. 972-251-015).


Publicado en About.com, parte de The New York Times Company www.enespana.about.com

San Sebastián, España: "La Tamborrada es más que un sentimiento"


Cuenta la historia que esta fiesta tuvo su origen a inicios del s.XIX, cuando las huestes napoleónicas tomaron la ciudad a ritmo de tambores, mientras las mujeres donostiarras replicaban el sonido, golpeando los barriles con los que solían recoger el agua de las fuentes. Otros se lo atribuyen al fragor de los cucharones que golpeaban contra las ollas de las cocineras. Pero ¿Qué de especial hay en observar a grupos de personas golpeando tambores y barriletes durante veinticuatro horas? Fue la pregunta que me formulé antes de sentir en carne propia lo que se vive en la “fiesta grande” de San Sebastián.

El pasado diecinueve de Enero, llegamos a San Sebastián a las seis de la tarde, y con la firme idea de calentar la parrilla antes de poner la carne, partimos de la gótica Iglesia del Buen Pastor, rumbo a un bar del casco antiguo a beber unas cuantas cañitas.

Cuando salimos del bar, me dejé transportar por la energía que llevó a erigir ese casco viejo, de calles empedradas y estrechas, y aquellos muy bien labrados balcones del s. XIX. De pronto percibí una armonía en aquella manera de vivir entre el ruido que provenía de los bares, el aroma de los pintxos; y el olor a pan fresco, que hizo girar mi rostro hacia una panadería vestida de tambores, traje de gala para la noche.

En ese momento recordé una extraordinaria reflexión de Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán: “Europa es un conjunto de ciudades a cuyo centro se puede ir a pie desde cualquier lugar. Europa es un continente peatonal, eso la distingue de Estados Unidos. Y eso construye ideologías, costumbres, maneras de vivir, de comer…en todas las ciudades se puede uno desplazar oliendo”. Y eso hicimos nos dejamos seducir por el olfato y empezamos a recorrer interminables bares de pintxos, cuyas infinitas opciones, clásicas o sofisticadas, los hace lucir atestados de gente sonriendo, comiendo, bebiendo, viviendo. Recomiendo mi top five de estas exquisiteces en miniatura que sorprendieron mi paladar (todas ellas dentro del casco viejo, y sin orden de preferencia): 1. Ensaladilla de puerro con tomate seco en el clásico (Bar Gorriti), 2. “La hoguera”, bacalao ahumado acompañado de un caldito de legumbres en el sofisticado (Bar Zeruco), 3. Salmón relleno de Txangurro (Bar Txondorra), 4. Champignon en su jugo de cocción (Bar El Tamboril), 5. Foie laqueado a la plancha (Bar El cucharón de San Telmo).

Después de tremendo banquete, y cuando restaban diez minutos para las doce, caminamos hacia la Plaza de la Constitución. A medida que nos acercábamos, el estruendo de los tambores se hacía más intenso, mi corazón se agitaba, los segundos pasaban y la gente se movía como hormigas, los cajero automáticos lucían llenos de gente ansiosa por sacar euros y darle el uso que se merecen, un grupo de niñas adolescentes bien pintarrajeadas bebían del pico de una botella de Malibú, hasta que llegamos a la Plaza, punto de encuentro donde no cabía un alfiler más.

Al fondo, desde la ventana de la alcaldía, los miembros de la Oreja de Van saludaban emocionados, después de haber recibido el Tambor de Oro, como un reconocimiento a la agrupación, que ha llevado siempre en el pecho, y en sus letras, el nombre de la capital guipuzcoana por todo el mundo. El izamiento de la bandera de la ciudad fue la endrina –por no decir cereza- de una vivencia excepcional que comenzó a la medianoche y finalizó al día siguiente a la misma hora.

A la izada la bandera, le siguieron los cánticos orgullosos de la Marcha de San Sebastián, y luego, comenzamos a pasear por sus calles. Por donde caminaras te encontrabas con tamborradas, que según las estadísticas, hoy ascienden a cien, mientras que en 1957 llegaban sólo a diez. Cocineros marchando, uniformes tricolores, aguadoras reventando sus barriletes, todo unido al compás de una banda.

Al día siguiente, la fiesta continuó con el desfile de cientos de niños que tocaban orgullosos y erguidos sus tambores. Por la tarde siguieron los adolescentes. A los mayores, que pululaban por las calles, se les inundaba los ojos al ver a sus nietos, hijos, sobrinos tocar un instrumento que parecía haber nacido con ellos desde el vientre materno. En ese momento comprendí que no es el tambor, tampoco la comida, menos el recuerdo de la ocupación napoleónica de la ciudad, lo que hace esta fiesta única. La unicidad radica en la unión de todas las generaciones al ritmo de un sonido básico, tan primitivo y lúdico a la vez, como el latido del corazón que escuchamos cuando estamos en el vientre de nuestras madres. Por eso los donostiarras sienten eso, porque parecen haber nacido con un tambor amarrado a la cintura.

Fotografía: Carlos Modonese Carbo