jueves, 30 de abril de 2015

Chincha - JAHUAY - Behind the Scenes Part 1



Así como Juan Preciado, el inolvidable personaje del mexicano Juan Rulfo, volvió a Comala, un pueblo al sur de la frontera de Jalisco, para desenterrar su pasado y sus orígenes; yo volví a Jahuay, por primera vez, después de 30 años. Juan Preciado tenía un gran motivo: ir en la búsqueda del padre que nunca conoció. Yo, en cambio, no sabía con certeza por qué hice detener el auto en ese pedazo de tierra del litoral peruano, 30 años después.

En el cuento de Rulfo, un minuto antes de que Dolores Preciado exhalara su último suspiro le pidió a su hijo, Juan, quizá como una revancha póstuma, que vaya a Comala a buscar a su padre, Pedro Páramo: No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

Nosotros volvíamos a la casa de mis padres, en Chincha, después de haber pasado un día de playa, cuando vi el cartel de Jahuay en la carretera Panamericana. Detén el auto, le pedí a mi hermana. ¿Para qué?, me preguntó. Ya no hay nada, ahí. Y, sí. Era cierto. Del barrio donde viví los primeros veranos de mi infancia (a finales de los setenta y comienzos de los ochenta), solo quedaban escombros. 


En el camino a Comala, Juan Preciado se encontró a Abundio, un campesino que le reveló tres cosas que Juan no esperaba oír: Qué él también era hijo de Pedro Páramo, que su padre ya había muerto y que vaya a visitar a Eduviges Dyada, íntima amiga de su madre, que lo acogería en su casa.

Mientras caminaba por Jahuay, entre esas colinas de desechos, paredes derruidas y pintarrajeadas con propaganda política de los ochenta, intenté reconstruir mi casa de muros azules con techo de guayaquiles, los caminos de conchas blancas, la pequeña iglesia; el barrio en el que un grupo de familias chinchanas se saludaba en medio del desayuno, corría detrás de las olas al mediodía y jugaba cachito en medio de cervezas a la hora de la luna.

 
No ve que casi sí eres mi hijo”, le dijo Eduviges a Juan Preciado. Y le confesó que en la noche de bodas ella tuvo que reemplazar a su madre (Me imagino a Juan levantando las cejas). El adivino Inocencio Osorio le había advertido que esa noche era Luna Brava, y que no se acostase con Pedro Páramo. Para no defraudar a su marido, Dolores Preciado le pidió a Eduviges, su mejor amiga, que la reemplace en el lecho nupcial. Tremendo encargo el de Dolores, y que no se pudo concretar: Pedro Paramo se quedó dormido, borracho de sueño. El pobre Juan que no tenía ni un día en Comala, ya se enteraba de la primera pieza del rompecabezas de la vida de su padre, un cacique despiadado que tenía hijos regados por toda la región.



 
A unos metros, al lado del auto, mi hermana me esperaba de pie, con las manos en la cintura. No me decía nada. Solo me observaba caminar con la mirada pegada al polvo. Yo sentía mis pies pesados por no poder reconstruir Jahuay. Era imposible. Ya no era Jahuay. No era mía. No era de nadie. ¿Qué pensamientos habrán pasado por las cabezas de esos terroristas, antes de destruirla? Fue ahí que recordé a Juan Preciado. No solo lo recordé, también pude sentir como se instalaba debajo de mi piel y descubría que en Comala no vivía nadie. Porque solo fantasmas le hablaban.  


jueves, 23 de abril de 2015

Equilibrio


Equilibrio. Sobre eso trataba la clase que debía enseñar en la universidad. El bus, el morado, el “todo Salaverry”, iba prácticamente vacío y por las ventanas entraba una brisa suave. Abrí el libro para empezar a leer la Parte 1: Equilibrio corporal. El deporte depura los químicos liberados por el estrés y favorece el equilibrio corporal. El bus frenó en seco en el paradero y yo me agarré fuerte del asiento para no deslizarme. Bajaron dos personas y subieron quince. Una de ellas, un poco subida de peso, se sentó a mi lado. Me acomodé en el asiento al sentir que su rabillo del ojo apuntaba hacia mi libro. No sé porque me sigue incomodando que la gente pose sus ojos en lo que leo, quizá, porque mi alma se siente leída. Parte 2: Equilibrio mental. La respiración es muy importante para el equilibrio mental, envía un mensaje al cerebro que dice: Todo está bien. Tranquilo. Fui ahí cuando lo vi subir, el pelo lamido y el ceño arrugado. Analicé su actitud corporal: el cuerpo erguido y unos brazos seguros cogían su guitarra. Pero su voz tenía un tono muy bajo y miedoso, incongruente con su postura firme. Vengo a alegrarles la tarde con tres huaynos. Rasgueó con fuerza el instrumento. Demasiada. Los pallares del almuerzo saltaron en mi vientre cuando de su garganta salió una estrofa brusca y desafinada. Seguí leyendo: La respiración acelerada remite a la época de las cavernas; se envía un mensaje al cerebro en señal de peligro y el cuerpo, automáticamente, detiene su flujo sanguíneo en el estómago y lo traslada a las extremidades. En el siguiente paradero bajaron cuatro personas y subieron veinte. Ya no veía al guitarrista, solo axilas húmedas encima de mí. El hígado, decía el libro, produce azúcar para darle energía a las extremidades, de esta manera, prepara al cuerpo para atacar o huir. El páncreas, para compensar ese exceso de azúcar en el cuerpo produce insulina, a veces insuficiente para el exceso de azúcar que libera el hígado. Yo respiré tres veces y miré hacia atrás, por si había algún asiento libre, pero el bus estaba casi lleno. Parte 2: Equilibrio mental. Comparándolo con las tuberías de la ciudad, en nuestra mente no hay una vía para el agua potable y otra para el desagüe. Nuestra mente posee una sola tubería, por donde transcurren los pensamientos positivos y buenos, pero, también, los pensamientos contaminantes, hirientes, destructivos. Cierro el libro y me vuelvo al músico que se disponía a comenzar su tercera canción. La cantó con los ojos cerrados y el mentón alzado, sin importarle quien lo estaba viendo, quien le daría dinero. Y eso me hizo recordar algo. Parte 3: Equilibrio emocional. Cuando la mente percibe la belleza que hay en los detalles, el agua dentro de nosotros se purifica, las emociones se equilibran y el cuerpo reduce la tensión, la respiración vuelve a su cauce. La gente seguía subiendo al bus, pero el cantante no miraba a nadie; solo él, él y su guitarra, que deslizaba sus notas sobre su voz fina, que relucía como su guitarra, un sol de madera que brillaba dentro de ese bus cargado de indiferencia. Antes de bajarme en la calle Cádiz, puse dinero en sus manos. No me dijo gracias, él seguía cantando, pero sí me miró. La sonrisa agradecida, sin ansiedad, libre. Equilibrada.

domingo, 19 de abril de 2015

Hoy cumplo 40





Hoy cumplo 40.
Hace 6 años decidí emprender un camino sin retorno.
Vámonos de aquí y vendamos todo. Yo no pienso estar a mi lado con un tipo que es infeliz, me dijo. Pero, ¿y mi carrera?; ¿Carrera, qué carrera? Si tú lo que quieres es escribir.
Decidí irme, no porque aquí no pudiese escribir, sino que necesitaba escapar de algunos casilleros. Y así fue. En el 2009, en plena crisis española, llegué a San Sebastián, en el País Vasco, para vivir en un pueblito llamado Hondarribia. A intentar que el aislamiento y un trabajo de medio tiempo en una agencia de viajes, me ayudasen a creer en aquello que yo consideraba en un momento imposible: Escribir ficción.
A mis 33 años ya había escrito algunas cosas, pero, ¿una novela? No tenía ni idea por donde empezar. Entendí lo que me dijo un mentor: “Escribe. Sin prisa. Escribe y lee. Y vive lo que tienes que vivir”.
Hoy tengo la certeza de no haberlo vivido todo, aunque puedo afirmar, con cierto entusiasmo, que un puñado de personajes me acompañaron en la soledad del café, bajo la luz de la lámpara. Y sus historias me han hecho comprender un poco más la vida.
Todo cae por su propio peso, escuché desde que era niño. Pero ya no creo en ese estúpido refrán. Al contrario, soy testigo de que todo cayó cuando el peso se fue. Cuando dejé de esperar.
Por eso, veo la portada de mi primera novela y parece que forma parte de la misma historia de ficción.