jueves, 24 de agosto de 2017

Metáfora


Me desperté pensando en cómo explicarle a los chicos qué es una metáfora sin recurrir a una definición.
Percibir antes de comprender: ese es el desafío. 
Y por eso sigo postergando las lecciones de ortografía. Vamos, aprender ortografía es fundamental para ellos, pero sabemos que la normativa puede resultar aburrida. Sirve para escribir de modo correcto, sin embargo, dudo que motive a escribir o a leer.
He decidido, pues, dejar las reglas de ortografía para el final del curso: pocas clases, profundas, una inyección a la vena.

En cambio, tomé un camino distinto para que los chicos cultiven su manera de escribir: en turnos les pido que lean relatos en voz alta (así se arrastren de la vergüenza). 
Subiendo el tono en los momentos de exclamación, parando en los puntos, poniendo pausas en las comas, llegan a comprender el el texto y, con esto, aspiro a que los alumnos conviertan la lectura en una adicción que los construya. Que encuentren en la lectura y en su discusión posterior ese universo desconocido, ese espacio paralelo que alejó a Richard Ford de sus peleas callejeras cuando carcomió el sur profundo de Estados Unidos al leer por primera vez "¡Absalom, Absalom!", de Faulkner; ¡carajo, lo que me estoy perdiendo por andar de faite!,  comentó Ford (con palabras de Mississipi, por supuesto).

Luego de la lectura en voz alta, quise mostrar lo que es una metáfora sin que suelten un bostezo.
Puse (gracias Youtube) una escena entrañable de "Il postino": la de Mario y Neruda en una cala del Mediterráneo, cuando el cartero del poeta descubre, sin darse cuenta, que había creado una metáfora marina, sencilla y hermosa como una barca de madera.

Es interesante observar que la palabra metáfora proviene de un vocablo griego que en español se interpreta como "traslación", como si el ser humano tuviese una urgencia estética, un deseo de recurrir a la metáfora como un arma para luchar contra la insatisfacción de una palabra, para trasladar un sentimiento a un desierto, un mar embravecido o a un paisaje amazónico. 

Pero lo mejor de la mañana fue verlos crear sus propias metáforas, reírse de algunas cursilerías, indagar en sus sentimientos.

Me confirma que una forma de aprender es creando, la poiesis primero. 
Descubrir el color para su propio cielo, antes de ponerle el marco. 


lunes, 14 de agosto de 2017

Samara


El día que Gabriel García Márquez visitó Andrés Carne de Res dejó para la posteridad un refrán que hoy está escrito sobre la mesa Macondo:
"Andrés Carne de Res, donde se acuestan dos y amanecen tres", escribió el Nobel, retratando estupendamente el espíritu carnavalesco del mítico restaurante de Chía.
De pronto me di cuenta que el refrán garciamarquiano podría ser un retrato de mi vida actual, porque hace doce años invité una noche a Paula a este mismo restaurante y ahora que volvimos, entre vallenatos y ajiacos bañados con olas y piscos buenazos, ¡somos tres!


De manera que garciamarquiano podría ser, también, lo que hemos descubierto con el nombre de nuestra hija: Samara.
El 13 de abril del 2016 vimos el nombre por primera vez en una plaza en México D.F. 
En ese momento no estaba prevista una ampliación en nuestro cómodo proyecto de dupla familiar, sin embargo el nombre, Samara, más allá de que nos gustó, fue como un presagio, un rayo de luz que atravesó nuestras voluntades.
Voluntades mortales, al fin al cabo, porque el universo nos la envío sin preguntar exactamente un año después.
Aquella tarde en el D.F., cuando pronunciamos Sa-ma-ra, no teníamos ni idea de su procedencia y, con un par de generosos margaritas en un bar, nos volcamos al dios Google para revelar su significado. 
Quedamos muy sorprendidos al descubrir un origen hebreo y divino. 
Al mismo tiempo pronunciamos nuevamente Sa-ma-ra y ese sonido a mantra ha cobrado, hoy, su cuarto mes de vida.

 
Celebramos sus sonrisas y lágrimas, los gritos de hambre, las carcajadas y sus estiradas de gato por la mañana, todo eso que inspiró a nuestro entendimiento a descubrir algo más, que Samara contiene esa mezcla poderosa de los colores alegres y vivos de la sabana bogotana (Sa) y la fuerza azul y abundante del Océano Pacífico peruano (Mara).