miércoles, 21 de marzo de 2018

La medida de todas las cosas



Foto: Carlos Modonese

Quienes hayan entonado canciones alrededor de una fogata, en algún campamento playero a finales del siglo pasado, quizá sintieron los ecos rebeldes contra las dictaduras militares latinoamericanas, en las canciones de Sui Generis. 

Como si se tratase de un llamado a la consciencia, después de leer el último libro de Pedro Llosa(Lima, 1975), “La medida de todas las cosas”, me puse a escuchar “Aprendizaje”. Un tema insignia del álbum “Confesiones de invierno”(1973), de ese dúo de ángeles pelucones que eran, en la década del setenta, Nito Mestre y Charly García.


Puse mucha atención a la primera estrofa: “Aprendí a ser formal y cortés, cortándome el pelo una vez por mes, y si me aplazó la formalidad, es que nunca me gustó la sociedad”.

Foto: Blog de Charly García

Con “La medida de todas las cosas” me llegó este flashback, el recuerdo cantado de “Aprendizaje”, su melodía suave protestando contra el sistema, reconociendo la autenticidad que albergan las cosas simples de la vida.

“La medida de todas las cosas”(Emecé, 2017) ha sido la consolidación de la propuesta estética en la obra literaria de Pedro Llosa, demostrada en “Protocolo Roschach”(Finalista Premio PUCP, 2005)  y “Las visitaciones”      (Premio APJ 2014), sus libros de cuentos anteriores.

Los relatos se asemejan a seis piezas de relojería cantadas alrededor de una misma fogata, un mismo concepto: el cuestionamiento a los valores (¿o anti-valores?) de una sociedad, contados alrededor de universos domésticos. 
Los primeros dos relatos, “Unas fotografías, apenas” y “Alboradas”, muestran los desafíos que supone la vida en pareja, los acuerdos políticos que surgen con los años de convivencia, “para no sacarnos los ojos”.    
La narración es equilibrada, con diálogos divertidos e inteligentes que confrontan nuestras creencias más profundas acerca de ellas. Al leerlos tuve un déjà vu con los diálogos de Diane Keaton y Woody Allen, la entrañable pareja de Annie Hall(1977).

Incluso, en el último relato, “La medida de las cosas”, el personaje escritor enfrenta un dilema moral muy grande, el de renunciar a escribir lo que verdaderamente desea para poder sobrellevar una vida en pareja "normal", en medio una sociedad que valora más la superficie que la profundidad.

“Cazadores de ostras” es, tal vez, el relato mejor logrado del libro. La aguda observación del modus vivendi de las aves ostreras y los recuerdos de los campamentos de la infancia son exquisitas y sutiles metáforas, que nutren las reflexiones del personaje acerca de si la naturaleza debería o no tener dueño, o si la vida en comunidad podría ser la opción humana más justa.  

Foto: Audubon Society

De cualquier manera, "Cazadores de ostras" es una potente evidencia de la versatilidad en la literatura de Pedro Llosa, por tres motivos. 

El primero, por las reflexiones profundas de sus personajes. De esta manera roza el terreno de la novela: además de buscar la esfericidad que exige el argumento de un relato, los personajes se preguntan cosas. Haciendo una referencia al título, si el hombre es medida de todas las cosas, estos personajes demandan pensar sobre sí mismos, dentro de la sociedad a la que pertenecen. 

El segundo, por el serio compromiso con la realidad en la que viven sus personajes.
Un motivo íntimamente relacionado con una frase que Julio Cortázar nos dejó en sus brillantes lecciones de literatura en la Universidad de Berkeley (1980):

“…me parece muy alentador y muy hermoso y cada día más frecuente en América Latina que los escritores de ficción, para quienes el mundo es un llamado continuo de toda libertad temática, dediquen una parte creciente de su obra a mezclar sus calidades literarias con un contenido que se refiere a las luchas y al destino de sus pueblos…”.

De hecho, “El príncipe de la basura” es un claro ejemplo de esto, porque aborda con mucha imaginación un tema imperdible en la agenda mundial actual, el medio ambiente: la municipalidad de un distrito limeño contrata a un holandés para implementar un moderno sistema de reciclaje, que funciona sin problemas en los países desarrollados. 
Sin embargo, en países como el nuestro, este sistema podría ser el destructor de un sector marginal de la población, que tiene en el reciclaje manual una fuente de ingresos para sus familias.

El tercer motivo tiene que ver con la forma en que los conocimientos enriquecen la ficción. 
Y es que, siendo Pedro Llosa un economista y un estudioso de la política, sus relatos no son ensayos, tampoco papers científicos.  
Aun cuando en sus cuentos desfilan grandes nombres de la economía y la política - como Adam Smith, Sócrates, Jerry Cohen, David Ricardo, etc -, estos no pretenden enseñarte todo lo que el autor sabe de estas ciencias. Todo lo contrario, Pedro Llosa, como el neurólogo británico Oliver Sacks o el genetista español Miguel Pita, pone el conocimiento de las ciencias al servicio de las historias, las mismas que tienen como punto de partida el universo de su creador. 

Esta es la cualidad que más admiro en los cuentos de “La medida de todas las cosas”. La que me hace volver con nostalgia al pasado, a Sui Generis, y cantar con fuerza una de las últimas estrofas de “Aprendizaje”: Y tuve muchos maestros de que aprender, solo conocían su ciencia y el deber, nadie se animó a decir una verdad, siempre el miedo fue tonto
Pedro no solo conoce su ciencia. También se atreve a escribir las verdades a través de buenas historias, las verdades que a muchos se nos pueden quedar pegada en los labios.