En Collioure, costa sur de Francia; entre sus viñedos teñidos de escarlata por el otoño más bonito que yo haya contemplado, conocí de casualidad a una persona con varios años de experiencia en la prensa española. Una noche nos llevaron a todos a comer a un restaurante y la confianza entre nosotros se fue tejiendo, le hablé de mi sueño, esa locura linda de escribir y dedicarme a eso en la vida. El me habló de sus años en “La Razón” (diario español), y con mucho entusiasmo de sus proyectos de prensa personales. Al final de la comida, me pidió que le muestre algunos escritos míos, y yo le escribí en una servilleta, la dirección de mi blog. Me dijo que lo vería con tranquilidad, yo asentí esperanzado. Al cabo de unos días me llamó desde Madrid y me ofreció escribir en la sección Viajes de su periódico El Debate 21.
Cuando lo escuché, los ojos se me humedecieron, no lo podía creer. Aquello que sonaba imposible en algún momento, ahora aparecía frente a mis ojos. Acepté sin dudarlo, “¿Cuándo arranco?” –Le dije, “La próxima semana”-respondió. Entre idas y vueltas, debuté en el periódico la noviembre del 2010 con un artículo llamado: “Las murallas de Hondarribia”, en honor a la joya medieval en donde actualmente vivo, y en cuya estancia, se marcó un antes y un después en mi vida. Lo puedo sentir.
Hoy, en uno de los tantos días fríos que nos regala este invierno vasco, y en los que el mar Cantábrico muestra su ferocidad en el fragor de las olas contra los peñascos, miro al cielo y agradezco las pistas que el universo va poniendo en mi camino, y pienso una vez más en que: “El miedo paraliza, pero son los sueños los que hacen libres a los hombres”.
Fotografía: Carlos Modonese
Cuando lo escuché, los ojos se me humedecieron, no lo podía creer. Aquello que sonaba imposible en algún momento, ahora aparecía frente a mis ojos. Acepté sin dudarlo, “¿Cuándo arranco?” –Le dije, “La próxima semana”-respondió. Entre idas y vueltas, debuté en el periódico la noviembre del 2010 con un artículo llamado: “Las murallas de Hondarribia”, en honor a la joya medieval en donde actualmente vivo, y en cuya estancia, se marcó un antes y un después en mi vida. Lo puedo sentir.
Hoy, en uno de los tantos días fríos que nos regala este invierno vasco, y en los que el mar Cantábrico muestra su ferocidad en el fragor de las olas contra los peñascos, miro al cielo y agradezco las pistas que el universo va poniendo en mi camino, y pienso una vez más en que: “El miedo paraliza, pero son los sueños los que hacen libres a los hombres”.
Fotografía: Carlos Modonese