Me atrajo la ilustración de esa rana con camisa sentada en el inodoro, pero no imaginé que sería la protagonista de la nueva novela de Ricardo Sumalavia.
Sigo leyendo y me encuentro con el Cabezón, ese típico vago que cae bien y vive arrimado en la casa de su abuela, esperando a que un día alguien valore los libros que escribe. Mientras tanto la rana aparece en el jardín de la casa y dice Croac. No dice más. Sin embargo, el Cabezón sí consigue entender lo que quiere decir. Con los primeros Croac se me vino a la mente una reflexión de Edward de Bono, el maestro del pensamiento lateral. En su libro “Seis sombreros para pensar”, De Bono sostiene que nuestra mente racional, ubicada en el hemisferio izquierdo, cuando enfrenta una idea fuera de lo normal, distinta, loca, lo que tiende a hacer es querer aterrizarla, convertirla en algo real y posible: que sea lógica.
Por eso que yo quería comprender, desde el inicio, a quién pertenecía las historias de la rana, ¿a la abuela, al Cabezón, a la rana misma?
Una idea inicial, ilógica e incomprensible, según De Bono, no se puede aterrizar al mundo real en el momento que aparece. Es preciso que la mente creativa (hemisferio derecho) la zarandeé un poco para que sea un trampolín hacia otras ideas, de manera que esta pueda germinar hasta llegar a ser una flor nueva y diferente: el juicio debe ceder al movimiento.
Y eso fue lo que me ocurrió con Croac y el nuevo fin del mundo. En lugar de buscar resolver testarudamente el misterio de las historias de la rana, me atreví a subir a su espalda verde y viscosa, y comencé a saltar con ella. Después de varios intentos, logramos hacer un viaje juntos a través del inodoro (“solo si tu mierda gira en remolino significa que se activó el proceso con éxito”). El inodoro es, pues, la insólita máquina del tiempo que inventó Sumalavia para atar de manera onírica las historias, esas múltiples vidas o reencarnaciones sucesivas, que van desde un indígena amazónico hasta un monje budista. Son estas historias las que parecen ayudar al Cabezón a comprender un poquito más de sus miedos, fobias y desconciertos. Eso sí, a mí también me consoló la rana cuando dijo que no hace falta comprenderlo todo, que debemos aprender a vivir con el misterio de las cosas y el misterio de los seres: “No tenemos que sacudir las ramas para que caigan las hojas”.
Sumalavia ya me había sorprendido con esos microrrelatos de “Enciclopedia plástica”, semejantes a haikus occidentales. “Historia de un brazo” me introdujo en un mundo familiar con un matiz Real Maravilloso. Y ahora, esta loca y simpática ranita lo llevan a dar un salto cualitativo (ranesco) en su narrativa.
En estos tiempos de incertidumbre, con una pandemia que todavía renguea en medio de sacudones político-económicos, la disrupción en la literatura nos inspira a movilizarnos, a dejar el asiento cómodo y tomar senderos más audaces.