viernes, 8 de marzo de 2024

La foto

"Cuando hablas sobre los sentimientos,

las palabras son demasiado rígidas

y no pueden incluir todos los significados"

Janet Fitch

¡Hola!

Esta semana me pasó algo muy curioso relacionado con el retiro que tuve en una isla de arena blanca del río Orinoco. 

Fueron cinco días de conexión conmigo mismo y con otras personas maravillosas.

La última noche, mientras observábamos cómo las chispas de una fogata se confun-

dían con las estrellas del cielo, me dejaron un sobre al lado de una vela encen-

dida. Me levanté y abrí el sobre. Al ver a ese niño con sombrero de maestro de

ceremonias, en el nido/jardín, a los cinco años, un gatillo en mi corazón dispa-

ró los recuerdos de mi infancia. 

Volví del retiro el domingo y el lunes dediqué la tarde entera a jugar con mis

hijas. Al final del día, después de dormirlas, entré a mi estudio, saqué la foto

del sobre y sentí un impulso de tener a ese niño más presente en mi día a día. 

Encontré un marco que reservaba para alguna foto de mis hijas y decidí colocar

la foto ahí, ¡qué bien se veía Carlitos! 

Ha sido la primera vez que pongo una foto mía de niño en un marco y debo confe-

sarte que se me quedan cortas las palabras para expresar lo que ha significado

para mí. 

Suelo tomarme la vida con mucha seriedad, es cierto, pero esta semana me he

reído y he jugado más. Entendí que tenerlo cerca me está ayudando a preocuparme

menos por el futuro y a conectar más con la energía del juego, la luz del tiempo

presente. 

Te animo a buscar una foto tuya de niño y ponerle un marco especial. 

Tu niño se lo merece, ¿cierto? 

Colócala en un lugar donde la puedas ver todos los días y experimenta qué pasa

dentro de ti en los próximos días. 

Te mando un abrazo grande y ¡feliz viernes!

martes, 11 de abril de 2023

La autopista Lincoln



Imagínense a dos hermanos, uno de dieciocho y el otro de ocho años de un pueblo en Estados Unidos, que deciden hacer un viaje en auto.
Tienen un deseo enorme por recorrer la autopista Lincoln, esa súper carretera gringa que une la costa Este y la Oeste, desde Nueva York hasta San Francisco. 
¿Por qué deciden emprender esa aventura?
Emmett, el hermano mayor, acaba de cumplir una sentencia en una correccional. 
Su padre había fallecido unos meses antes y, cuando Emmett abre la puerta de su casa, encuentra a un funcionario bancario que lo está esperando para que firme unos papeles. 
Estaba a punto de quitarle las tierras, su casa y todos los recuerdos de su vida por una deuda que su padre había contraído con el banco.
Todo menos un auto: el Studebaker celeste que estaba a nombre de Emmett y brillaba como una estrella escondida en su establo.
Billy, su hermanito de 8 años, le pregunta qué vamos a hacer, ahora.
Nos vamos para Texas, Billy. 
No, Emmett, nos vamos a San Francisco, porque tenía que mirar algo que había encontrado: Unas postales que su madre les había escrito a los dos desde que decidió separarse de su padre, cuando Billy era un chiquitín de dos años.
Su padre nunca se las mostró, pero las postales recorrían la autopista Lincoln, desde Nebraska hasta San Francisco. 
Pero lo más interesante de la novela de Amor Towles (Ed. Salamandra, 2022) no es el destino del viaje, sino el desvío inesperado.
No sé si te ha pasado que has querido viajar a algún lugar, pero el universo te tenía preparado un desvío, un trozo nuevo de vida que necesitabas saborear.
Ese desvío, ese trozo de vida que viven los hermanos entre predicadores errantes, vagabundos y artistas de circo, es la epifanía de esta historia que revela de una forma maravillosa cómo cualquiera de nosotros nos hemos ganado el derecho de abrigar esperanzas por algo que aún buscamos en esta vida. 

Foto:La Autopista Lincoln/Carlos Modonese

martes, 21 de febrero de 2023

Leer es un acto de revolucionaria empatía


En las últimas semanas han llegado a mí algunas profundas reflexiones acerca de la lectura. 

La primera es del escritor colombiano Mario Mendoza, que en su libro “Leer es resistir”(Ed. Planeta, 2022), a través de una serie de relatos, le rinde tributo al acto de leer. 

No es para menos, a los siete años una peritonitis casi le quita la vida y en los meses que pasó en el hospital descubrió la llave de la libertad con los libros. Se convirtió en lo que él cree que es todo lector: un aprendiz de brujo.

En una entrevista que Mendoza dio a El Tiempo (1/8/2022) comentó: “Yo no me hice lector con un manual ni con un listado avalado por los académicos, sino que los libros fueron llegando a mis manos como mensajes que me iban ayudando a solucionar mis conflictos interiores, que me iluminaban, que me ayudaban a entenderme y a entender a los otros un poco mejor”.

Por otro lado el escritor peruano Ivan Thays, en su magnífico blog “La vida real”, me compartió las razones que le han hecho abrazar la lectura como un hábito que ha definido su estilo de vida.  
Leo, declaró Thays, porque desde el momento que abro el libro, esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí no son necesariamente los mejores o más trascendentes, sino aquellos cuya piel he logrado traspasar hasta hacerla mía. 
Thays afirma que las líneas de los libros que leemos nos pertenecen tan igual como si las hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin nosotros solo serían líneas negras sobre un fondo blanco.

Con las reflexiones de Mendoza y Thays caí en cuenta que la lectura es un acto de revolucionaria empatía. 
Es revolucionario porque implica detener la frenética marcha de las responsabilidades diarias y las exigencias sociales. 
Leer supone hacer una pausa a un mundo pletórico de estímulos externos para concentrarnos en cultivar nuestro jardín interior. 
Ese es un acto de empatía, primero, hacia nosotros mismos, porque en la lectura buscamos un refugio para expandir nuestra libertad, un lugar secreto donde podemos pasar del pensar al sentir. 
Ahora, la lectura es también un acto de empatía hacia los demás. Cuando leemos una historia bien construida vivimos las experiencias de los personajes como si fuesen nuestras: nos alegramos con su dicha y nos conmovemos con sus pesares. 
Esa profunda conexión con nuestras emociones es la que nos lleva a activar esa empatía por esos personajes cuyas vidas ya no me son ajenas. Son también mías desde el momento en que las líneas escritas se convierten en cuerdas musicales. Son las cuerdas internas de nuestra alma que hacen un eco íntimo y silencioso por lo que acabamos de leer.  

Ilustración: Carlos Modonese
Fotos: Mario Mendoza/Fuente:El cronista.co
Ivan Thays/Fuente:Cuentos peruanos contemporáneos 

jueves, 8 de septiembre de 2022

Croac

 


Me atrajo la ilustración de esa rana con camisa sentada en el inodoro, pero no imaginé que sería la protagonista de la nueva novela de Ricardo Sumalavia. 

Sigo leyendo y me encuentro con el Cabezón, ese típico vago que cae bien y vive arrimado en la casa de su abuela, esperando a que un día alguien valore los libros que escribe. Mientras tanto la rana aparece en el jardín de la casa y dice Croac. No dice más. Sin embargo, el Cabezón sí consigue entender lo que quiere decir. Con los primeros Croac se me vino a la mente una reflexión de Edward de Bono, el maestro del pensamiento lateral. 
En su libro “Seis sombreros para pensar”, De Bono sostiene que nuestra mente racional, ubicada en el hemisferio izquierdo, cuando enfrenta una idea fuera de lo normal, distinta, loca, lo que tiende a hacer es querer aterrizarla, convertirla en algo real y posible: que sea lógica.

Por eso que yo quería comprender, desde el inicio, a quién pertenecía las historias de la rana, ¿a la abuela, al Cabezón, a la rana misma? 

Una idea inicial, ilógica e incomprensible, según De Bono, no se puede aterrizar al mundo real en el momento que aparece. Es preciso que la mente creativa (hemisferio derecho) la zarandeé un poco para que sea un trampolín hacia otras ideas, de manera que esta pueda germinar hasta llegar a ser una flor nueva y diferente: el juicio debe ceder al movimiento.

Y eso fue lo que me ocurrió con Croac y el nuevo fin del mundo. En lugar de buscar resolver testarudamente el misterio de las historias de la rana, me atreví a subir a su espalda verde y viscosa, y comencé a saltar con ella. Después de varios intentos, logramos hacer un viaje juntos a través del inodoro (“solo si tu mierda gira en remolino significa que se activó el proceso con éxito”). El inodoro es, pues, la insólita máquina del tiempo que inventó Sumalavia para atar de manera onírica las historias, esas múltiples vidas o reencarnaciones sucesivas, que van desde un indígena amazónico hasta un monje budista. Son estas historias las que parecen ayudar al Cabezón a comprender un poquito más de sus miedos, fobias y desconciertos. Eso sí, a mí también me consoló la rana cuando dijo que no hace falta comprenderlo todo, que debemos aprender a vivir con el misterio de las cosas y el misterio de los seres: “No tenemos que sacudir las ramas para que caigan las hojas”.

Sumalavia ya me había sorprendido con esos microrrelatos de “Enciclopedia plástica”, semejantes a haikus occidentales. “Historia de un brazo” me introdujo en un mundo familiar con un matiz Real Maravilloso. Y ahora, esta loca y simpática ranita lo llevan a dar un salto cualitativo (ranesco) en su narrativa. 

En estos tiempos de incertidumbre, con una pandemia que todavía renguea en medio de sacudones político-económicos, la disrupción en la literatura nos inspira a movilizarnos, a dejar el asiento cómodo y tomar senderos más audaces.

jueves, 4 de agosto de 2022

Días de bici


Cuando vi su bicibote me pregunté cómo se le ocurrió internarse en la selva y meterse al Amazonas en una vaina así. Después de miles de kilómetros recorriendo Europa, Asia, África y Latinoamérica, ¿por qué se quedó en Leticia?
Hace dos décadas, Hervé era un chico de veintipocos años que salía de su casa en Zúrich para recorrer un puñado de kilómetros en bici hasta llegar a su trabajo.
En ese trayecto corto, bordeando un lago, nunca imaginó adonde lo llevaría su bicicleta años más tarde. 
Amante de la filosofía budista hizo un viaje como mochilero a la India y regresó a Zúrich con la firme convicción de hacer un viaje más largo. Pero en bicicleta. 
Con la idea rondándole en la cabeza, llegó a un parque a comer un sándwich. A su lado escuchó hablar a unas personas acerca de un viaje que habían hecho en bici desde Suiza hasta Hong Kong. 
Para Hervé aquella conversación fue una señal. 
Llegó a la oficina y le comentó a su jefe que quería renunciar. El jefe puso cara de Pokemón. No entendía cómo Hervé podía renunciar a un salario de seis mil euros y a la seguridad que le ofrecía el sistema bancario suizo. 
Una madrugada Hervé cogió su bici y partió de Zúrich, cruzó los Alpes, recorrió Italia, los Países balcánicos hasta llegar a Bulgaria, Turquía y luego a Siria. 
Descendió a Líbano, Israel, Egipto, Sudán, Etiopía, Burundi, Tanzania, Mozambique, Sudáfrica, hasta llegar a Namibia.    
En medio de selvas y desiertos, replanteó su viaje: No iría al Tibet. ¿Por qué decidió Hervé cambiar de rumbo?
Un australiano que iniciaba su aventura en bicicleta por África le preguntó a Hervé qué había sido lo más difícil de su viaje: “Las horas de calor, amigo. A mí me encanta la bici y yo podría seguir manejando mucho más tiempo, pero lo haría rodeado de agua y bajo techo”.   
Hervé le dijo esto en broma, sin embargo, entre sueños se le apareció la idea de construir un bicibote y recorrer un río. Había escogido el río Congo, pero pensó que tenía que ser uno más largo, ¡El Amazonas!

“Y si quería recorrer el Amazonas, tenía que hacer dinero, mi amigo”.
En Namibia escaseaban los guías de safari que hablasen francés y los kilómetros recorridos en bicicleta le desarrollaron una intuición feroz para identificar hacia dónde se dirigían las manadas de ñus, hipopótamos y elefantes. Bastaba que Hervé señalara con la mano hacia un lugar en la llanura, para subir a cientos de turistas en avionetas. 
Con el dinero en el bolsillo cogió un avión de Namibia hasta Río de Janeiro. En su bici recorrió Brasil, Uruguay, Argentina hasta la Patagonia; subió por Chile hasta Bolivia, y atravesó el Perú desde Puno hasta Tumbes. 
Aunque ya había recorrido 40,000 kilómetros en bicicleta, Hervé estaba listo para la travesía que le cambiaría la vida: “Una voz interna me decía que debía continuar, que algo me estaba esperando en el Amazonas”.

En el puerto ecuatoriano de Tena construyó el bicibote. Incrustó su bici en la popa de una canoa, le soldó dos hélices que lo movilizarían con el pedaleo y en la parte izquierda colocó un timón para poder girar. Se hizo un techo para cubrirse del calor y la lluvia, ¡y listo!
Navegó en el río Napo, pasó por Iquitos, Pacaya Samiria, Manaos y Macapá. 
A medida que avanzaba la anchura del Amazonas crecía hasta que desaparecieron sus costas. Se asemejaba a un mar con olas de 3, 4 metros que casi tumban el bicibote. Hervé divisó en el horizonte la desembocadura, pero no quiso llegar al Atlántico: “Ni hablar, amigo, la corriente del mar me hubiese llevado hasta Venezuela y seguro hubiese muerto”. 


Le dio la espalda al oceáno y siguió navegando hasta completar 26 ríos y 7,500 kilómetros en bicibote.   
Llegó a una laguna calmada. Hervé la recuerda como un paraíso, con sus aguas llenas de peces y árboles con frutas. 
Ese remanso se llamaba Leticia: “Aquí voy a parar”. 
Meses más tarde, en una galería de arte donde Hervé iba a exponer las fotos de su viaje, conoció a Adriana: ¿Cómo hiciste para llegar desde Suiza hasta Leticia? Con mi bici, respondió Hervé. Adriana lo tasó de loco, pero se ofreció a escribir los textos para sus fotos.
Tomó el lápiz y Hervé comenzó: “Esta foto fue en la noche en que un hipopótamo casi se traga mi carpa; esta otra cuando llegué a un carnaval en Los Andes a 5,000 metros y me cogieron a costalazos y me mojaron con agua fría”.   
Adriana abría los ojos mientras tomaba notas: no podía creer lo que escuchaba acerca de la tarde en que Hervé nadó con 40 delfines rosados y fue secuestrado por los piratas del Amazonas.
El tipo lo contaba con una serenidad insospechada y, de pronto, Adriana se volvió a Hervé y pudo ver cómo, a través de sus ojos, se desbordaba esa selva que ella estaba esperando.  
Hervé y Adriana siguen juntos hasta hoy. Lideran juntos Habitat Sur, una fundación cuyo propósito es generar consciencia sobre lo importante que es cuidar y proteger la Amazonía.
Larga vida, Adriana y Hervé.
A los dos, mi admiración profunda.
 

I´m amazed

 



Solo en casa dejé a Spotify que me sugiriese alguna canción de McCartney, la que le diera la gana.
Iván ya me había dicho que el trabajo de McCartney en solitario era increíble, pero yo solo quería escuchar al McCartney de los Beatles. Lo demás no me interesaba. Él insistió: “Escucha, nomás, huevonazo”.
Spotify eligió I`m amazed, que arranca con un piano suave y pinchafibras como el Nocturno (Op 9 Nº2) de Chopin o Home Sweet Home de Motley Crue.
Y la voz de McCartney: Maybe I´m amazed at the way you love me all the time, maybe I`m afraid of the way I love you…
Y de pronto escuché el grito gutural “Maybe I´m a man, maybe I´m a lonely man in the middle of something, that he doesn´t really understand…”, y me cogió las vísceras de tal manera que me puse a googlear de dónde venía toda esa magia.
Corría el año 69: Lennon le había dicho a McCartney que The Beatles ya no iba más, que todo se había desgastado y McCartney no lo podía creer: “Y ahora qué mierda voy a hacer…”, debe haber pensado.Entró en una depresión de la cual solo lo pudo sacar la motivación que le produjo la mujer que llegó a su vida. Linda McCartney lo inspiró a que vuelva a creer en él, en su arte, a creer en que podía seguir creando todo lo que él quiera y más. Me imagino a Linda diciéndole: ¡Desahuévate y ponte a tocar genio de genios!
De hecho, Lennon le había dicho a McCartney que ni se le ocurriese sacar un disco como solista antes de que se publicase el Let It be, el último disco de Los Beatles.
Pero McCartney no hizo caso a las amenazas de Lennon y sacó McCartney, su primer disco como solista con I´m Amazed, el 17 abril de 1970.
El disco no fue bien recibido, pero eso poco importaba porque Linda le había vuelto a encender la estrella al exBeatle, que se casó con ella en 1969, el gran amor que lo inspiró a crear 18 discos y con quién concibió 4 hijos antes de que ella muriese de cáncer en 1998.
Llamé a Iván y le dije que I´m Amazed me había volado la cabeza y que recién entendía todo lo que me quería decir la canción en este momento:
Para la creación siempre habrá nuevos comienzos.

viernes, 11 de marzo de 2022

La pulga

 


Hoy por la mañana mi hija Samara no quería despertar.
Tenía mucho sueño y el cansancio le endurecía los gestos.
Yo también me siento algo difuso.
Ayer vi un largo reportaje sobre la guerra.
Aunque ahora tengo un poco más de claridad sobre los hechos, una inevitable confusión me recorre el cuerpo entero.
Quizá porque me siento muy pequeño ante todo lo que está ocurriendo. 
No poder hacer algo grande, relevante, me hace caminar por un sendero invisible y frío. 
Sin huellas de luz intento ahorcar a la razón.
Las sábanas, el agua en los hombros, el sabor del café pierden sentido.
Solo se me viene a la cabeza una reflexión de Victor Frankl. 
En su libro El hombre en busca de sentido narra su experiencia en los campos de concentración nazi. 
Escribe que cuando el horror de la guerra lo circundaba se dio cuenta que nada ni nadie podía vencer lo único que podía controlar:
Su voluntad de compartir el pedacito de pan que tenía para comer.
Su capacidad de elegir acerca de lo que quería pensar.
La ilusión de su propósito lo salvó.
Pienso en Frankl, mientras llevo a Samara en el auto.
“¿Papi, jugamos a la pulguita?”.
En las mañanas siempre jugamos a la pulguita que no se quiere despertar ni bañar ni desayunar para ir al colegio. 
Juntos bañamos a la pulguita con agua tibia, la vestimos y le damos la avena.
Al bajar del auto pongo a la pulguita en su mochila, y a Samara le acomodo la mascarilla (tapabocas) y le digo en el oído que cuide a su pulguita.
Que se cuide mucho. Mucho.
Le suelto la mano. La dejo ir.
La observo mientras vuelvo a subir al auto.
Comprendo que yo también soy una pulga.
Una pulga que elige ser amable con Samara.
Elijo ser alguien mejor.
Elijo la paz dentro de mí.

Foto: Dibujo de Samara (4 años). Lo tituló “Muñeca en la selva”