martes, 18 de enero de 2011

Atenas, Grecia: “A la luz de la Acrópolis”


Ignorante. Así me llamó alguna vez un profesor de universidad, hace unos años. Recuerdo esto cuando estoy de camino a la Acrópolis de Atenas, el extraordinario complejo arquitectónico que se levantó en la era de Pericles, hace veintiséis siglos. Ignorante, me dijo, y recuerdo como la sangre se agolpó en mis orejas y contesté poniendo emociones en las palabras. Ahora, por estos días, mi respuesta sería muy diferente: “Sí. Soy un ignorante”, diría. Porque desconozco mucho. No obstante, intento, día a día, comprender un poquito más.

Ahora, seamos sinceros, aceptar la ignorancia no es fácil, pero debemos reconocer que es una actitud sensata y humilde. Tan humilde como la frase que iluminó a Sócrates: “Yo solo sé que nada sé”. Y es que, cada vez que rememoró esas seis poderosísimas palabras, me siento insignificante ante la carga de sabiduría que contienen. Sin duda alguna, más sabe el que dice que no sabe nada que el que no sabe que no sabe nada. Y en este último rubro están varios políticos y religiosos, obtusos que dicen tener la verdad absoluta, y que han generado un daño enorme a la humanidad.
Sócrates nunca se creyó dueño de la verdad, por el contrario, era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia: “La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”, decía él. Por ello, iniciaba su famoso diálogo abriendo interrogantes, las cuales desembocaban, irónicamente, en la destrucción de lo que el interlocutor conocía. El oyente conseguía descubrir, por sí solo, que lo que daba como verdad se debía a sus prejuicios, creencias y tradiciones arrastradas de generaciones pasadas.

De modo que, luego de una buena caminata, llego a la Acrópolis –en griego: ciudad alta- y subo por la cuesta hasta llegar a la cima. Cuando recorro los primeros rincones blancos, veo un hilo de gente pasando debajo de un arco. Voy tras ellos, y de pronto, se abre frente a mí el imponente Partenón (el templo de la diosa Atenea). Presa de la admiración, lo miro y lo rodeo. Por unos segundos, pienso en los miles de kilómetros que he recorrido para llegar hasta aquí. ¡Está frente a mí! Los rayos del sol reverberan en la superficie marmórea de sus columnas y se estrellan en mis ojos. Luego, camino unos pasos de derecha a izquierda y me encuentro con el templo de Erecteión y sus fabulosas Cariátides: cinco figuras femeninas que se visten de columnas (las originales están en el Museo de la Acrópolis).

Desde la cima de la Acrópolis la vista es maravillosa. Abajo, en medio de la vegetación, reposa el agora ateniense. Comienzo a descender y después de media hora llego a él. Me detengo un rato, camino entre restos de capiteles y columnas y encuentro la stoa por donde ¡el gran Sócrates! solía disertar. Me siento sobre una piedra e imagino en como aquél padre de la filosofía impartía su dialéctica, intentando extraer lo mejor de las mentes de los jóvenes atenienses.

La filosofía surgió en la Grecia clásica como un camino para darle una explicación racional a los grandes interrogantes humanos – como la existencia, la moral, el amor, la belleza o el lenguaje-, dejando a un lado el mythos, el esoterismo, la superstición, y todo aquello, cuya subjetividad ponía oscuridad y niebla en donde la filosofía intentaba poner luz y claridad. Y es que el logos no clausura puertas sino que las abre para generar diálogos fecundos.
Digo esto, porque en el mundo de hoy existen personas con infinitas “verdades” encarnadas en posturas políticas o religiosas; y lo importante no es que se disuelvan o dejen de creer en ello -dado que la pluralidad de pensamientos es la base de un estado moderno-, pero, sí, que sean conscientes de que Su Verdad no es la única, sino una de tantas. Todos sabemos como a lo largo de nuestra historia, el radicalismo ha causado terror cuando ha intentado imponer su verdad como La Verdad. Por eso, tengamos los ojos bien abiertos, porque cuando esto ocurre, hay un riesgo muy grande de que cualquier extremismo político o religioso desemboque en totalitarismo o fundamentalismo respectivamente.
Byron Katie escribió una frase maravillosa en su célebre libro Amar lo que es: “¿Qué prefieres, tener la razón o ser libre?”. Dejemos que la filosofía siga viviendo entre nosotros: nos hace libres.

Los escondites del Cronista Errante
¿Dónde comer?…
Las Tavernas de Plaka
En el barrio de Plaka, entre sus calles estrechas, sinuosas, y además, como si fuera poco, a las faldas de la colina de la Acrópolis, encontraran muchas tavernas típicas de comida griega. Algunas tienen muy buenas opciones de menú (12-14 euros) que llevan incluida la copa de vino. La ensalada griega es una excelente opción de entrada, y para el plato de fondo, está muy bien el cordero al limón o el moussaka, un contundente pastel de carne griego.

¿Dónde dormir?….
Athens International Youth HostelVictor Hugo, 16; doble o triple – 10 euros p/ persona

Este albergue, totalmente reformado, está situado en pleno centro. Es una buena opción no sólo por la ubicación y el precio, sino por los servicios alternos que ofrece: wi-fi y desayuno gratis (es decir incluida en la tarifa) y venta de tickets de todo tipo (ferries, tours, etc). Telemaco (el mismo nombre del hijo de Ulises en La Odisea), el recepcionista, es un gran servidor que hará lo que esté a su alcance para que usted tenga una buena estadía.

Fotografía: Templo de Zeus, Carlos Modonese

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