A solo un día de la presentación, recuerdo perfectamente esa noche: el eco de la canción de Bareto pegándose en cada rincón de ese sótano en el barrio Opera, en Madrid, el estudio fotográfico de un gran amigo, Erik. Brother, me decía alargando la "o", tú ponte a escribir los textos y consigue a la gente, después yo me encargo de la cámara y la edición. Su tono de voz era lánguido y vital al mismo tiempo, mientras se servía un poco de Mahou en el vaso.
Una semana después de ese encuentro vendría la crónica urbana.
Tú eres igualito al personaje vasco, le dije a un guitarrista callejero que encontré justo enfrente del Museo del Prado. ¡Te lo juro!, le explicaba la historia con detalles, pero más hablaban mis manos, porque a mi voz la había vencido la ansiedad. El sujeto movió las greñas rubias y sonrió (pocos dientes): despacio, por favor, español, poco, soy finlandés.
Luego, a conseguir a la perra. Y ese detalle de prestármela para la escena se lo agradezco a Gonzalo: sácala a pasear, hombre, que la pobrecilla solo conoce este parque. A la perra la hice caminar desde el barrio La Latina hasta la estación Banco de España. Media hora a buen ritmo, incluyendo sus meadas. A pesar de su tamaño de juguete, la perrita caminaba con una prestancia insólita por el centro de Madrid, cuello alzado y muy segura, como diciendo ya estuve por aquí. No sacó la lengua en ningún momento y al llegar a la estación de metro Banco de España, bajó por las escaleras y se puso al lado del finlandés como si lo conociera de toda la vida. ¡No! ¡Por qué te cortaste el pelo!, le dije al finlandés cuando lo vi. Hostia, tenía que salir bien en la película. De modo que, Erik levantó el pulgar: ya teníamos la primera escena.
La segunda escena se la debo a tres grandes personas, a Eduardo, un gigante del tenis de LA MUSA MALASAÑA y a Patricia (Pato, echo de menos nuestras caminatas al banco). Y a Lolo, la sonrisa underground diurna más simpática del barrio que le dio vida a la movida madrileña. Oye, Lolo, y me encantó que me pidieras quedarte con la camiseta de Iron Maiden. Era lo mínimo que podía hacer como gasto de producción. De la escena final, no voy a decir los nombres, solo mi reconocimiento total a ese par de actores de primera categoría.
Al chino Percy, muchísimas gracias por su talento en la edición. Y claro, a la cámara de Erik que, sin ella, este booktrailer no hubiese sido una realidad. Su único error es seguir siendo del Atlético de Madrid, pero yo lo quiero igual. Menos mal que llegó el cholo Simeone, hermano. En fin, gracias, Erik, gracias por las horas de calle entre Malasaña y Opera, por la música en los bares, por el brillo que te da tomarle fotos a Antón, por la Vespa descontrolada, por tu ojo atento y por ser, tú, pólvorita, nada más y nada menos.
Mi último agradecimiento es al escenario vivo del booktrailer, a la verdadera capital que nunca duerme. ¡Gracias Madri!
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