lunes, 29 de mayo de 2017

La noche sin ventanas


Ayer, en la presentación de "La noche sin ventanas”, fui testigo de varias cosas que el destino decide reservar para momentos ideales. 

En el 2013 me volví a encontrar con Raúl, en Madrid, después de casi dos décadas, cuando ambos pisábamos las aulas como alumnos de Letras en la PUCP. 

Recuerdo con lucidez ese reencuentro porque la presencia de un amigo como Raúl me servía de aliento: mientras yo andaba dando los últimos coletazos a mi primera novela, Raúl no solo publicaba, por esos días, “Flores Amarillas”, sino que había decidido buscar en Madrid la tranquilidad necesaria para comenzar una profunda investigación de la que sería su cuarta novela. “Estoy planeando escribir sobre peruanos en la Segunda Guerra Mundial”, recuerdo que me comentó esa mañana.

Esa paciencia y esa perseverancia para emprender un proyecto ambicioso -dos enormes cualidades que admiro en Raúl- le permitieron inmiscuirse, como un alma que cobra vida en otros cuerpos, en las vidas de dos personajes históricos, dos peruanos en París que vivieron, de manera muy distinta, la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial: Madeleine Truel Larrabure y Francisco García Calderón, la mirada de una mujer y la de un hombre, una mirada liberal y una conservadora, un campo de concentración y un hotel de lujo.
Dos historias con esa estela vargallosiana que nos cautivó en “El Paraíso de la otra esquina”, que cuenta, en dos momentos distintos, las vidas de Gauguin y su abuela, Flora Tristán, solo que en "La noche sin ventanas" las vidas de esos dos personajes sí llegan a tocarse, como bien lo comentó Jeremías Gamboa.
Pero además de la vida de estos dos personajes, las caras opuestas de una misma moneda, otro elemento motivador es lo que Raúl también pretende contar en la novela. Porque ambas historias son el vehículo para comprender un poco más a la sociedad peruana en la que hoy vivimos, de cómo el fascismo, presente en la generación del novecientos, es el evidente precedente de las cadenas del conservadurismo que hoy pesan sobre nuestro país.

Sin embargo, decía al inicio que ayer fui testigo de varias cosas, de las vidas entretejidas de esos dos personajes, de la importancia de la novela para los tiempos en que vivimos; pero, también, otra historia más poderosa que, en esa mañana madrileña, Raúl quizá ni imaginaba: tener en la presentación de “La noche sin ventanas” una ventana a través de la cual se podía ver a Andrea, su mujer, y a su hija Marella. Porque también su amor nació con este libro.

Foto:Carlos Modonese

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