viernes, 2 de febrero de 2018

Encuentro con Coetzee


Foto: JM Coetzee en Cartagena / El País / Daniel Mordzinski

John Maxwell Coetzee (Premio Nobel de Literatura 2003) fue el motivador, el dulce puñal a la memoria que me hizo dejar un día soleado en la casa de playa con mi familia, a 20 kilómetros del centro de Cartagena de Indias, y asistir a su conferencia en el HAY Festival 2018.
Dulce puñal porque cuando leí “Desgracia”, en el 2010, me impactó la estela sutil y afilada que dejaban sus palabras, como el humo de un revolver cuando flota en el aire después del disparo.

No sabía que ese mismo impacto se reproduciría al verlo y escucharlo en persona, una de esas posibilidades que podía darse pocas veces en la vida, dado que la excesiva timidez de Coetzee no lo hace amigo de las presentaciones en público ni de las entrevistas, tampoco de recibir a los medios de comunicación.
A esa conocida timidez se debió que la conferencia fuera estructurada en una lista de preguntas, previamente establecidas, entre el escritor sudafricano y su editora argentina, Soledad Constantini.
La espontaneidad no es para Coetzee. Por lo menos no, en el ámbito público.

Días antes comencé a imaginar la pregunta que iría a hacerle:
¿En qué momento te diste cuenta que querías ser escritor?, tremendo cliché, lo taché con fuerza y probé otra.
¿Cómo impactó el apartheid y la independencia de Sudáfrica en tu literatura?, pretenciosa a morir, también la descarté.  

En fin, podía ser una pregunta relacionada con “Desgracia”, con las reflexiones inflamadas de ese profesor universitario que se le acusa de acoso sexual a una alumna.
Pero no, yo sabía que la pregunta sería acerca de “Juventud”, sobre las emociones crudas e invisibles de ese joven matemático que quiere ser escritor. 
Un muchacho que deja Ciudad del Cabo y se traslada a Londres, donde espera que sus carencias materiales no le desvíen de lo que su espíritu busca incansablemente, una auténtica voz literaria:
“Porque será artista, eso ya hace tiempo que está decidido.
Si de momento tiene que ser desconocido y ridículo, se debe a que el destino del artista es sufrir el anonimato y el ridículo hasta el día en que se revelen sus verdaderos poderes y quienes se burlan y se mofan de él tengan que callarse”.

En la contratapa de “Juventud” escribí varias preguntas en español y en inglés, por si acaso, y llevé el libro con la ilusión de ver su firma estampada en él.
Llegué una hora antes al Centro de Convenciones Julio Cesar Turbay, una moderna edificación que reposa sobre un recodo de bahía, frente a la antigua Ciudad Amurallada.
Era el cuarto de la fila y una vez que ingresamos al anfiteatro con capacidad para 6,500 asistentes, me acerqué a una señorita de cara redonda y gafas de pasta. Tenía el micrófono en la mano y un gesto ausente, esos que revelan el no saber por qué está ahí.
Le comenté donde me sentaría para que me identifique cuando levante la mano en el momento de las preguntas, por favor.
Foto: Centro de Convenciones JCT / Juan Alzana-Flickr

Coetzee apareció sobre el escenario con camisa blanca y traje negro. Sus pasos eran lentos y arrastrados, como queriendo evitar que la audiencia se percate de su presencia.
Comenzó leyendo un cuento nuevo en voz alta: “El perro”.
Una sorpresa sabiendo que la obra del sudafricano pertenece, casi en su totalidad, al ensayo y la novela.
Antes de iniciar la lectura, aclaró que leería el cuento en inglés y le pidió a Soledad Constantini que leyera la traducción oficial en español. 
Explicó que él leería un párrafo y Constantini lo traduciría inmediatamente, y así, hasta el final. 

Teniendo en cuenta de que la conferencia duraría una hora y que la lectura del cuento, en ambos idiomas, podría tomar quince minutos,el escritor no aceleró el paso,pronunció cada palabra con claridad y estrujo con sus manos el papel cada vez que los ladridos humanizaban al perro del relato.
Al terminar de leerlo hubo unos segundos de silencio, esos que permiten atrapar la solemnidad de lo que se acaba de oír.
Después de los aplausos explicó que el cuento forma parte de su próximo libro, “Siete cuentos morales”.
Relatos que abordan los temas morales que él considera importantes: sobre la infidelidad en las parejas, sobre las decisiones que toman los hijos cuando sus padres llegan a la vejez, sobre si los animales deberían o no gozar de los derechos que posee la especie humana.
Foto: JM Coetzee en HAY Festival / El Colombiano

Coetzee compartió, también, su insatisfacción por el dominio que el idioma inglés está ejerciendo en el mundo: “Me resisto a sus pretensiones universalistas”.
Aclaró que, aunque escribe su obra en inglés, no se considera un escritor de habla inglesa, porque su lengua nativa, además, es la de los afrikaners (colonos neerlandeses que llegaron a Sudáfrica en el siglo XVII).

Esta declaración tiene mucha relación con su proyecto “Literaturas del sur”, que nació de su experiencia como profesor en la Universidad de San Martín en Buenos Aires.
Con “Literaturas del sur” el Nobel pretende acercar a los escritores y editores de tres países del hemisferio sur: Australia, Sudáfrica y Argentina.
"Son países del sur geográfico con características comunes de clima y fauna y flora, pero también, más importante aún, con historias de colonialismo detrás de ellos, y con sus propias variedades de cultura de asentamiento".
De esta manera, los editores del norte no serán los que decidan qué publicar del español al inglés y viceversa.
Es decir, un texto latinoamericano podrá traducirse al inglés sin pasar previamente por Nueva York, y al contrario, si un escritor australiano o sudafricano desea publicar en Latinoamérica, su texto no necesariamente tendrá que pasar por Londres.

¿Por qué está simpatía de Coetzee con el español?
Me atrevo a decir que lo descubrí en un párrafo de “Juventud”, acerca de la lucha de este joven que busca no solo una voz literaria, también un idioma para escribir sus emociones, porque no quiere hacerlo en su lengua materna (afrikaner):
“El idioma francés se le resiste, le excluye…Capta el español sin problemas. Lee a César Vallejo en edición bilingüe, lee a Nicolás Guillén, lee a Pablo Neruda. El español está plagado de palabras de sonido brutal cuyo significado ni siquiera acierta a adivinar, pero da igual”.

De pronto, Soledad Constantini informó que no había tiempo para preguntas y pedía disculpas. Giré la cabeza y vi que la niña del micrófono ya no estaba.
“El escritor sí dará un espacio para la firma de libros”, agregó una organizadora del evento.
Eso me tranquilizó. Por lo menos por unos segundos.
Me firmaría “Juventud” y le haría la pregunta que tenía escrita desde hace mucho en la contratapa.
En ese momento deslicé la cremallera de mi mochila y vi que no había traído el libro.
Me cogí la nuca con ambas manos: las gran puteadas iban y venían por mi cabeza como por un pasillo franco.
La fila para la firma era muy larga. Todos tenían libros en la mano. Menos yo.
Salí de la fila y del recinto.

El calor era sofocante y, después de cuarenta minutos en auto, en medio de una carretera plagada de palmeras, llegué a la casa y corrí a mi habitación a buscar el libro.
Pasé las páginas, sin embargo, tampoco encontré la pregunta.
En cambio, me detuve en un párrafo que había subrayado:
“Es un estado que no conocía: parece notar en la sangre la rotación constante de la tierra. Los gritos lejanos de los niños, el canto de los pájaros y el zumbido de los insectos se unen en un himno de alegría”.

Al cerrar el libro escuché la risa de mi hija y el sonido de un chapoteo en el agua de la piscina. Inmediatamente recordé que el día anterior había comenzado a gatear.
Guardé “Juventud” dentro de la mochila y salí a buscarla.


Foto: Carlos Modonese

HAY Festival Cartagena 2018

Foto: Paula Muñoz

"No tenemos WI-FI, hablen entre ustedes”.
Cuando la noche cerró el telón del intenso día jueves, algo comprendí cuando por la mañana me detuve frente a este curioso letrero colgado en la pared de un restaurante, en ese casco viejo cartagenero que parece abrazarte con el calor tropical de sus calles abalconadas y las voces de distintos rincones del mundo que resuenan por estos días de HAY Festival.

Foto: Paula Muñoz

Me quedé con varios apuntes en las dos sesiones que asistimos.
En la primera, “Poder, Periodismo y Literatura”, en el teatro Adolfo Mejía, Sergio Ramirez (Premio Cervantes 2017), estuvo acompañado de Juanita León (Premio Gabo 2016) y Jaime Abello (Director Fundación Gabriel García Márquez).
El conversatorio abordó el tema de la influencia política en las redes sociales, de cómo se han convertido en cajas de resonancia, en instrumentos de manipulación que le dan más poder al poder. Las cadenas de mensajes que vuelan como mosquitos virtuales en WhatsApp o Facebook, por ejemplo, impiden identificar el grado de veracidad de las noticias, por el nivel de sofisticación que tienen para sonar a verdad: no son falsos, sino engañosos.
Sin embargo, también, antes solo existían los medios de comunicación tradicionales para enterarnos del quehacer político. Hoy, cualquier equivocación de la clase que dirige un país hace que las costuras del poder, antes fácilmente ocultables, se hagan más visibles ante nuestros ojos.
Foto: Carlos Modonese
A las 19:30 horas caminamos hacia la plaza San Diego, quizá el rincón más encantador de la ciudad amurallada. El Instituto de Bellas Artes y Ciencias de Bolívar presentaba la charla: “La muerte del padre”, que moderó la editora Margarita Valencia y unió a Javier Gomá (Filósofo) y a Renato Cisneros (Periodista y Narrador.
Ambos autores ya pasaron por la confrontante situación de perder al padre, a esa especie de demiurgo, dador de vida y gran responsable del legado psicológico que recibimos antes de que tengamos consciencia de nosotros mismos.
Las obras, “Inconsolable”, el ensayo de Gomá, como “La distancia que nos separa”, la novela de Cisneros, tomaron como punto partida e inspiración la muerte de su padre.
No obstante, si bien el tema les ayudó a comprender más su forma de ver el mundo o a “cicatrizar heridas” (Cisneros), la idea de hablar de un tema tan personal no puede tener como propósito “exorcizar los demonios del escritor".
En ese caso estaríamos hablando, según Goma, de una literatura maleducada, que intenta “convertir a los lectores en mudos testigos de su terapia” (Gomá).
La obra no puede ser la evacuación de un escritor, el escritor debe venir evacuado, comentó Gomá, despertando las primeras carcajadas de la charla.
Y es que el proceso creativo de una obra tiene la responsabilidad de resolver un dilema individual para darle luz universal.
Gomá y Cisneros fueron muy generosos al compartir anécdotas emotivas que ya pasaron el filtro del duelo. Como cuando los padres se separan y generan un dolor inevitable en los hijos, comentaba Gomá. Los hijos no tienen derecho a reclamar a ningún tribunal por recibir ese dolor, porque los padres también tienen derecho a tomar las decisiones pertinentes para lograr su felicidad; sin embargo, el niño sí tiene el derecho de hacer visible su herida. No para que los padres pidan disculpas, basta con que la reconozcan.
La charla se cerró con una poderosa reflexión de Cisneros sobre el autoritarismo en la figura de un padre: Muchas veces el padre autoritario considera “bien educado” al hijo que hace exactamente lo que él quiere que haga. Lo elogia, lo compara frente sus hermanos.

Pero si somos sensatos, la buena educación debería estar relacionada a ese “destete” del hijo de la forma de pensar de su progenitor, es decir, cuando el padre inspira a sus hijos a desarrollar un sentido crítico y a pensar por sí mismos. Incluso que sean capaces de confrontarlos.
El conversatorio acabó en medio de aplausos a los dos autores que mostraron esa vulnerabilidad que uno espera en las conferencias, y recordé el mensaje de ese letrero que leí por la tarde en una calle de la Ciudad Vieja: “No tenemos WI-FI, hablen entre ustedes”.

Comprendí por qué debería replicarse el espíritu del HAY Festival en nuestra vida cotidiana: para detener por un momento la inmediatez en la que vivimos, juntarnos a charlar alrededor de una mesa y decirnos, ¿y tú, qué piensas?, para celebrar la reflexión y compartir nuestra mirada. No para defenderla.