martes, 11 de abril de 2023

La autopista Lincoln



Imagínense a dos hermanos, uno de dieciocho y el otro de ocho años de un pueblo en Estados Unidos, que deciden hacer un viaje en auto.
Tienen un deseo enorme por recorrer la autopista Lincoln, esa súper carretera gringa que une la costa Este y la Oeste, desde Nueva York hasta San Francisco. 
¿Por qué deciden emprender esa aventura?
Emmett, el hermano mayor, acaba de cumplir una sentencia en una correccional. 
Su padre había fallecido unos meses antes y, cuando Emmett abre la puerta de su casa, encuentra a un funcionario bancario que lo está esperando para que firme unos papeles. 
Estaba a punto de quitarle las tierras, su casa y todos los recuerdos de su vida por una deuda que su padre había contraído con el banco.
Todo menos un auto: el Studebaker celeste que estaba a nombre de Emmett y brillaba como una estrella escondida en su establo.
Billy, su hermanito de 8 años, le pregunta qué vamos a hacer, ahora.
Nos vamos para Texas, Billy. 
No, Emmett, nos vamos a San Francisco, porque tenía que mirar algo que había encontrado: Unas postales que su madre les había escrito a los dos desde que decidió separarse de su padre, cuando Billy era un chiquitín de dos años.
Su padre nunca se las mostró, pero las postales recorrían la autopista Lincoln, desde Nebraska hasta San Francisco. 
Pero lo más interesante de la novela de Amor Towles (Ed. Salamandra, 2022) no es el destino del viaje, sino el desvío inesperado.
No sé si te ha pasado que has querido viajar a algún lugar, pero el universo te tenía preparado un desvío, un trozo nuevo de vida que necesitabas saborear.
Ese desvío, ese trozo de vida que viven los hermanos entre predicadores errantes, vagabundos y artistas de circo, es la epifanía de esta historia que revela de una forma maravillosa cómo cualquiera de nosotros nos hemos ganado el derecho de abrigar esperanzas por algo que aún buscamos en esta vida. 

Foto:La Autopista Lincoln/Carlos Modonese

martes, 21 de febrero de 2023

Leer es un acto de revolucionaria empatía


En las últimas semanas han llegado a mí algunas profundas reflexiones acerca de la lectura. 

La primera es del escritor colombiano Mario Mendoza, que en su libro “Leer es resistir”(Ed. Planeta, 2022), a través de una serie de relatos, le rinde tributo al acto de leer. 

No es para menos, a los siete años una peritonitis casi le quita la vida y en los meses que pasó en el hospital descubrió la llave de la libertad con los libros. Se convirtió en lo que él cree que es todo lector: un aprendiz de brujo.

En una entrevista que Mendoza dio a El Tiempo (1/8/2022) comentó: “Yo no me hice lector con un manual ni con un listado avalado por los académicos, sino que los libros fueron llegando a mis manos como mensajes que me iban ayudando a solucionar mis conflictos interiores, que me iluminaban, que me ayudaban a entenderme y a entender a los otros un poco mejor”.

Por otro lado el escritor peruano Ivan Thays, en su magnífico blog “La vida real”, me compartió las razones que le han hecho abrazar la lectura como un hábito que ha definido su estilo de vida.  
Leo, declaró Thays, porque desde el momento que abro el libro, esas palabras me pertenecen. Los libros que han dejado más huella en mí no son necesariamente los mejores o más trascendentes, sino aquellos cuya piel he logrado traspasar hasta hacerla mía. 
Thays afirma que las líneas de los libros que leemos nos pertenecen tan igual como si las hubiésemos escrito, porque nuestra existencia es la que les da sentido: sin nosotros solo serían líneas negras sobre un fondo blanco.

Con las reflexiones de Mendoza y Thays caí en cuenta que la lectura es un acto de revolucionaria empatía. 
Es revolucionario porque implica detener la frenética marcha de las responsabilidades diarias y las exigencias sociales. 
Leer supone hacer una pausa a un mundo pletórico de estímulos externos para concentrarnos en cultivar nuestro jardín interior. 
Ese es un acto de empatía, primero, hacia nosotros mismos, porque en la lectura buscamos un refugio para expandir nuestra libertad, un lugar secreto donde podemos pasar del pensar al sentir. 
Ahora, la lectura es también un acto de empatía hacia los demás. Cuando leemos una historia bien construida vivimos las experiencias de los personajes como si fuesen nuestras: nos alegramos con su dicha y nos conmovemos con sus pesares. 
Esa profunda conexión con nuestras emociones es la que nos lleva a activar esa empatía por esos personajes cuyas vidas ya no me son ajenas. Son también mías desde el momento en que las líneas escritas se convierten en cuerdas musicales. Son las cuerdas internas de nuestra alma que hacen un eco íntimo y silencioso por lo que acabamos de leer.  

Ilustración: Carlos Modonese
Fotos: Mario Mendoza/Fuente:El cronista.co
Ivan Thays/Fuente:Cuentos peruanos contemporáneos