Después de subir por una cuesta verde, apareció ante mis ojos un puente de hierro, paso lateral obligado para acceder a la ciudad amurallada de Hondarribia, uno de los cascos históricos más hermosos y mejor preservados del país vasco. Mientras oía como mi peso hacía crujir los tablones de madera, pude apreciar desde esa altura las colosales murallas que protegían esta maravilla medieval, estratégicamente construida encima de una colina, y cuya carta de fundación le fue concedida en 1203 por el rey Alfonso VIII de Castilla.
Cuando atravesé el arco de piedra me encontré con hileras de casitas de madera, que llevaban como sombrero, largos tejados de arcilla; y como vestidos, unos balcones con coquetas jardineras de florecillas rojas, detalles muy propios de la arquitectura local. Me interné por sus calles estrechas y empedradas, levanté la vista y observé como los balcones, por la cercanía entre ellos, parecían querer besarse.
Luego de recorrer el perímetro, desemboqué a la calle Mayor, donde tres niños jugaban escondiendo sus rostros en unas cabezas de ovejas. Extrañado, los contemplé un rato persiguiéndose unos a otros con esas mascaras gigantescas. Luego la sed me obligó a entrar al primer bar de la cuadra.
— ¿Qué quiere? – Preguntó el mesero.
— Una caña.
El reloj marcaba la una de la tarde, y entre los presentes, me llamó la atención un viejito de bufanda gris, que apoyaba su mano derecha en la barra, mientras con la otra sostenía un cayado de madera. Tenía la mirada orgullosa y el cuerpo erguido.
— Lindo lugar – Dije.
Hizo un gesto con la cabeza indicándome que no escuchaba, se acercó a mí y le repetí la pregunta.
— El más bonito de todos – Respondió.
Bebí la mitad de la cerveza de un tirón, dejé el vaso sobre la barra y le pregunté el motivo por el que los niños vestían esas cabezas de ovejas. Frunció el ceño y se paró muy solemne.
— La próxima semana es la gran fiesta, El Alarde de Armas.
— ¿Qué tiene que ver con las ovejas?
Se entusiasmó con mi inquietud y pidió otra copa de vino al mesero.
— Te voy a contar. Cuando los franceses sitiaron Hondarribia en 1638, no sabían lo que les esperaba. Nos tuvieron replegados dentro de la ciudad ¡Sesenta y nueve días! Dos mujeres dándose cuenta del peligro, trajeron la imagen de la Virgen desde el Santuario de Guadalupe, en el monte Jaizkibel, hasta acá. El pueblo entero hizo voto de que si se salía con victoria guardarían fiesta aquel día y lo consagrarían al culto de Nuestra Señora.
Los ojos se le encendían y su voz gutural parecía asfixiarse por la ansiedad.
— La tarde del siete de Setiembre, más de sesenta barcos enemigos llegaron a las orillas de la bahía de Txingudi. Miles de ellos tocaron tierra y lo único que sus ojos alcanzaron a ver, fueron los prados verdes atestados de ovejas inmóviles devorando pasto. Avanzaron lentamente, cuando de pronto ¡Zas!...cientos de muchachos se quitaron las cabezas de oveja, y los atacaron. ¡Estaban disfrazados! Esa tarde el mar se tiñó de sangre vasca, pura e indómita. ¡Los sorprendimos y los vencimos! ¡Se acabó la invasión! Desde ese día todos los 8 de septiembre celebramos con una procesión al monte Jaizkibel.
Me llegó al alma ver como ese rostro de pergamino se desencajaba por la emoción del apasionado relato.
— ¿No me crees? Es verdad. ¿Vendrá a la fiesta?
— Me encantaría pero debo regresar.
— Deberías quedarte.
Terminé la cerveza y me despedí de él. Él asintió e insistió en que me quedase. Le expliqué el porque no podía, pero él se alejó sin escuchar mi justificación.
Salí del bar y caminé cuesta arriba por la calle Mayor hasta llegar al punto más alto de la ciudadela, la Plaza de Armas, resguardada por el imponente Castillo de Carlos V –hoy Parador de Turismo-. Cuando toqué sus piedras grises y húmedas, pude sentir la energía acumulada en más de ochocientos años de historia. Levanté la cabeza y me estremecí al ver las huellas dejadas por algunas de las dieciséis mil balas de cañón y cuatrocientas sesenta y tres bombas de mortero, según cuenta el informe oficial de aquél Sitio de 1638.
Si bien la historia cuenta como este noble pueblo vasco se levantó ante el asedio francés, no sabría decir si la anécdota que me contó aquél viejito fue del todo real. Por lo menos no la encontré en ningún archivo. En todo caso, el recuerdo de aquellos ojos diáfanos humedeciéndose al relatarlo como si lo hubiese vivido, me confirman que la historia oral construye la conciencia de los pueblos y los hace tan fuertes como las murallas de esta joya fronteriza llamada Hondarribia. ¡Que la Virgen de Guadalupe la proteja siempre!
Los escondites del Cronista Errante
Castillo de Carlos V****
Ingrese, pida una caña en la barra y sienta la atmosfera medieval que se respira en esta colosal construcción frente a la misma Plaza de Armas. Su primitiva construcción se le atribuye a Sancho Abarca de Navarra; su ampliación y fortificación en 1190 a otro rey navarro, Sancho el Sabio. La sobria fachada corresponde a la época de Carlos V. Era a la vez castillo y palacio. Contaba con seis plantas para aposento de las tropas, almacenes, depósito de munición y pólvora, calabozos y caballerizas. En 1968 se habilitó como Parador de Turismo.
Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano
De enorme importancia arquitectónica, fue edificada sobre una iglesia románica, entre los siglos XV y XVI. En el lado norte se halla la parte más antigua del templo de fino estilo gótico, con hermosa portada de arco conopial. Se celebraron importantes ceremonias como la boda por poderes del Rey de Francia Luis XIV y de la Infanta María Teresa, hija del Felipe IV.
Restaurante Alameda
En un ambiente muy cálido, en el antiguo e histórico Hotel Alameda de Hondarribia de más de un siglo de antigüedad, la familia Txapartegui los recibirá con una propuesta que combina lo mejor de los sabores vascos y los vanguardistas. El establecimiento ha recibido el reconocimiento de las principales guías, incluida una estrella de la Michelín. Se recomienda: Vieiras marinadas con alcachofas crocantes, el taco de atún marinado con cítricos y hierbas aromáticas.
Bar El Gran Sol
Situado en la popular calle de San Pedro, dentro del barrio tradicional de La Marina, es el bar imperdible de Hondarribia. El buen ambiente no es gratuito, sus pintxos han sido varias veces premiados en distintos concursos, y su selecta oferta hace difícil la decisión por cual empezar. Si bien estoy seguro que terminará por comerse todos, empiece por el Medieval, y si aún le queda espacio pida los Txipirones a la plancha, ¡Exquisitos!
Hotel San Nicolás**
Sus habitaciones tienen el privilegio de contar con la mejor vista del casco viejo, al alcance de todos. Tome asiento en una de sus mesas en la terraza -en verano claro está- en la misma Plaza de Armas, saboreé un vino rose, y déjese atender por Gorka, un mesero que además de tener una amabilidad de cuento, poseé una colección estupenda de discos de reggae.
Café TTOPARA
Cada vez que voy a este lindo café no se porque se me viene a la cabeza el Central Perk, punto de encuentro de los protagonistas de la serie televisiva“Friends”. Y no es porque sean iguales, tampoco porque atiendan Phoebe, Ross o Rachel; pero sí por el aire desenfadado que se respira dentro y por el gusto con el que un grupo de chicos lo montaron. La iluminación es propicia para una buena charla y el diseño del techo merece unos segundos de contemplación con un capuchino en la mano. Como buenos vascos, la bollería es de lo mejor.
Fotografía: Carlos Modonese
Cuando atravesé el arco de piedra me encontré con hileras de casitas de madera, que llevaban como sombrero, largos tejados de arcilla; y como vestidos, unos balcones con coquetas jardineras de florecillas rojas, detalles muy propios de la arquitectura local. Me interné por sus calles estrechas y empedradas, levanté la vista y observé como los balcones, por la cercanía entre ellos, parecían querer besarse.
Luego de recorrer el perímetro, desemboqué a la calle Mayor, donde tres niños jugaban escondiendo sus rostros en unas cabezas de ovejas. Extrañado, los contemplé un rato persiguiéndose unos a otros con esas mascaras gigantescas. Luego la sed me obligó a entrar al primer bar de la cuadra.
— ¿Qué quiere? – Preguntó el mesero.
— Una caña.
El reloj marcaba la una de la tarde, y entre los presentes, me llamó la atención un viejito de bufanda gris, que apoyaba su mano derecha en la barra, mientras con la otra sostenía un cayado de madera. Tenía la mirada orgullosa y el cuerpo erguido.
— Lindo lugar – Dije.
Hizo un gesto con la cabeza indicándome que no escuchaba, se acercó a mí y le repetí la pregunta.
— El más bonito de todos – Respondió.
Bebí la mitad de la cerveza de un tirón, dejé el vaso sobre la barra y le pregunté el motivo por el que los niños vestían esas cabezas de ovejas. Frunció el ceño y se paró muy solemne.
— La próxima semana es la gran fiesta, El Alarde de Armas.
— ¿Qué tiene que ver con las ovejas?
Se entusiasmó con mi inquietud y pidió otra copa de vino al mesero.
— Te voy a contar. Cuando los franceses sitiaron Hondarribia en 1638, no sabían lo que les esperaba. Nos tuvieron replegados dentro de la ciudad ¡Sesenta y nueve días! Dos mujeres dándose cuenta del peligro, trajeron la imagen de la Virgen desde el Santuario de Guadalupe, en el monte Jaizkibel, hasta acá. El pueblo entero hizo voto de que si se salía con victoria guardarían fiesta aquel día y lo consagrarían al culto de Nuestra Señora.
Los ojos se le encendían y su voz gutural parecía asfixiarse por la ansiedad.
— La tarde del siete de Setiembre, más de sesenta barcos enemigos llegaron a las orillas de la bahía de Txingudi. Miles de ellos tocaron tierra y lo único que sus ojos alcanzaron a ver, fueron los prados verdes atestados de ovejas inmóviles devorando pasto. Avanzaron lentamente, cuando de pronto ¡Zas!...cientos de muchachos se quitaron las cabezas de oveja, y los atacaron. ¡Estaban disfrazados! Esa tarde el mar se tiñó de sangre vasca, pura e indómita. ¡Los sorprendimos y los vencimos! ¡Se acabó la invasión! Desde ese día todos los 8 de septiembre celebramos con una procesión al monte Jaizkibel.
Me llegó al alma ver como ese rostro de pergamino se desencajaba por la emoción del apasionado relato.
— ¿No me crees? Es verdad. ¿Vendrá a la fiesta?
— Me encantaría pero debo regresar.
— Deberías quedarte.
Terminé la cerveza y me despedí de él. Él asintió e insistió en que me quedase. Le expliqué el porque no podía, pero él se alejó sin escuchar mi justificación.
Salí del bar y caminé cuesta arriba por la calle Mayor hasta llegar al punto más alto de la ciudadela, la Plaza de Armas, resguardada por el imponente Castillo de Carlos V –hoy Parador de Turismo-. Cuando toqué sus piedras grises y húmedas, pude sentir la energía acumulada en más de ochocientos años de historia. Levanté la cabeza y me estremecí al ver las huellas dejadas por algunas de las dieciséis mil balas de cañón y cuatrocientas sesenta y tres bombas de mortero, según cuenta el informe oficial de aquél Sitio de 1638.
Si bien la historia cuenta como este noble pueblo vasco se levantó ante el asedio francés, no sabría decir si la anécdota que me contó aquél viejito fue del todo real. Por lo menos no la encontré en ningún archivo. En todo caso, el recuerdo de aquellos ojos diáfanos humedeciéndose al relatarlo como si lo hubiese vivido, me confirman que la historia oral construye la conciencia de los pueblos y los hace tan fuertes como las murallas de esta joya fronteriza llamada Hondarribia. ¡Que la Virgen de Guadalupe la proteja siempre!
Los escondites del Cronista Errante
Castillo de Carlos V****
Ingrese, pida una caña en la barra y sienta la atmosfera medieval que se respira en esta colosal construcción frente a la misma Plaza de Armas. Su primitiva construcción se le atribuye a Sancho Abarca de Navarra; su ampliación y fortificación en 1190 a otro rey navarro, Sancho el Sabio. La sobria fachada corresponde a la época de Carlos V. Era a la vez castillo y palacio. Contaba con seis plantas para aposento de las tropas, almacenes, depósito de munición y pólvora, calabozos y caballerizas. En 1968 se habilitó como Parador de Turismo.
Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano
De enorme importancia arquitectónica, fue edificada sobre una iglesia románica, entre los siglos XV y XVI. En el lado norte se halla la parte más antigua del templo de fino estilo gótico, con hermosa portada de arco conopial. Se celebraron importantes ceremonias como la boda por poderes del Rey de Francia Luis XIV y de la Infanta María Teresa, hija del Felipe IV.
Restaurante Alameda
En un ambiente muy cálido, en el antiguo e histórico Hotel Alameda de Hondarribia de más de un siglo de antigüedad, la familia Txapartegui los recibirá con una propuesta que combina lo mejor de los sabores vascos y los vanguardistas. El establecimiento ha recibido el reconocimiento de las principales guías, incluida una estrella de la Michelín. Se recomienda: Vieiras marinadas con alcachofas crocantes, el taco de atún marinado con cítricos y hierbas aromáticas.
Bar El Gran Sol
Situado en la popular calle de San Pedro, dentro del barrio tradicional de La Marina, es el bar imperdible de Hondarribia. El buen ambiente no es gratuito, sus pintxos han sido varias veces premiados en distintos concursos, y su selecta oferta hace difícil la decisión por cual empezar. Si bien estoy seguro que terminará por comerse todos, empiece por el Medieval, y si aún le queda espacio pida los Txipirones a la plancha, ¡Exquisitos!
Hotel San Nicolás**
Sus habitaciones tienen el privilegio de contar con la mejor vista del casco viejo, al alcance de todos. Tome asiento en una de sus mesas en la terraza -en verano claro está- en la misma Plaza de Armas, saboreé un vino rose, y déjese atender por Gorka, un mesero que además de tener una amabilidad de cuento, poseé una colección estupenda de discos de reggae.
Café TTOPARA
Cada vez que voy a este lindo café no se porque se me viene a la cabeza el Central Perk, punto de encuentro de los protagonistas de la serie televisiva“Friends”. Y no es porque sean iguales, tampoco porque atiendan Phoebe, Ross o Rachel; pero sí por el aire desenfadado que se respira dentro y por el gusto con el que un grupo de chicos lo montaron. La iluminación es propicia para una buena charla y el diseño del techo merece unos segundos de contemplación con un capuchino en la mano. Como buenos vascos, la bollería es de lo mejor.
Fotografía: Carlos Modonese
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