El día que Gabriel García Márquez visitó Andrés Carne de Res dejó para la posteridad un refrán que hoy está escrito sobre la mesa Macondo:
"Andrés Carne de Res, donde se acuestan dos y amanecen tres", escribió el Nobel, retratando estupendamente el espíritu carnavalesco del mítico restaurante de Chía.
De pronto me di cuenta que el refrán garciamarquiano podría ser un retrato de mi vida actual, porque hace doce años invité una noche a Paula a este mismo restaurante y ahora que volvimos, entre vallenatos y ajiacos bañados con olas y piscos buenazos, ¡somos tres!
De manera que garciamarquiano podría ser, también, lo que hemos descubierto con el nombre de nuestra hija: Samara.
El 13 de abril del 2016 vimos el nombre por primera vez en una plaza en México D.F.
En ese momento no estaba prevista una ampliación en nuestro cómodo proyecto de dupla familiar, sin embargo el nombre, Samara, más allá de que nos gustó, fue como un presagio, un rayo de luz que atravesó nuestras voluntades.
Voluntades mortales, al fin al cabo, porque el universo nos la envío sin preguntar exactamente un año después.
Aquella tarde en el D.F., cuando pronunciamos Sa-ma-ra, no teníamos ni idea de su procedencia y, con un par de generosos margaritas en un bar, nos volcamos al dios Google para revelar su significado.
Quedamos muy sorprendidos al descubrir un origen hebreo y divino.
Al mismo tiempo pronunciamos nuevamente Sa-ma-ra y ese sonido a mantra ha cobrado, hoy, su cuarto mes de vida.
Celebramos sus sonrisas y lágrimas, los gritos de hambre, las carcajadas y sus estiradas de gato por la mañana, todo eso que inspiró a nuestro entendimiento a descubrir algo más, que Samara contiene esa mezcla poderosa de los colores alegres y vivos de la sabana bogotana (Sa) y la fuerza azul y abundante del Océano Pacífico peruano (Mara).
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