Todo iba muy bien hasta que llegué a esa
esquina.
Salí de mi casa a las 18:00 horas para
encontrarme con un amigo en un café cercano. Para estos días calurosos del
verano limeño, una hora agradable para dar un paseo y mimetizarse con esa atmósfera
tibia y letárgica que envuelve al malecón de Miraflores. Cuando el sol, un gran ojo rojo, disfruta viendo como flotan las siluetas ennegrecidas de
los que hacen parapente, péndulos humanos que sobrevuelan El Faro.
Pero dejémonos de tanta poesía y vamos a
la historia. Llegué a una esquina del ovalo de la plaza Bolognesi (No voy a
comentar nada de él, la foto es suficiente).
Foto: Ovalo plaza Bolognesi, Miraflores. IMAVAL / Proyecto Burano
Lo que sí quería compartir
con ustedes es que esa esquina es, quizá, una de la más apacibles de
Miraflores. Para que los peatones puedan pasar, sobre la calle hay un paso
peatonal marcado sobre un badén (rompemuelle
para los peruanos, policía acostado para
los colombianos, no los busquen en el diccionario, no existen, pero cómo me
gustan estos sinónimos latinoamericanos, los nombres ya son un relato). Bueno, decía,
a pesar de esa doble señal en el suelo de ¡Pare,
Stop!, los conductores pasaban a toda velocidad y los carros se elevaban
por los aires sobre los badenes marcados con paso de cebra. Además, cuando
varios vieron que yo tenía la intención de cruzar, amagando con la rodilla
levantada, cambiaron la marcha y apretaron el acelerador.
Esperé un buen rato hasta que un auto
blanco se detuvo al verme, me hizo un ademán para que pasara y los demás, que
venían detrás (es decir no podían pasar), se volvieron civilizados de un momento
a otro. Hasta me sonreían los desgraciados. ¿Y ese carro blanco,
por qué se detuvo así, de improviso, se habría dado cuenta de que la paciencia
dignifica al ser humano? En fin, mientras cruzaba la calle lo miré de reojo y le
levanté la mano agradeciendo el gesto, más que con gratitud con cierto miedo de
que no me pase por encima. Cuando llegué a la otra orilla recién exhalé el aire
contenido. El tipo del carro blanco también me levantó la mano y se desveló el
misterio cívico, ¿Taxi, señor?