Hoy cumplo 40.
Hace 6 años decidí emprender un camino sin retorno.
Vámonos de aquí y vendamos todo. Yo no pienso estar a mi lado con un tipo que es infeliz, me dijo. Pero, ¿y mi carrera?; ¿Carrera, qué carrera? Si tú lo que quieres es escribir.
Decidí irme, no porque aquí no pudiese escribir, sino que necesitaba escapar de algunos casilleros. Y así fue. En el 2009, en plena crisis española, llegué a San Sebastián, en el País Vasco, para vivir en un pueblito llamado Hondarribia. A intentar que el aislamiento y un trabajo de medio tiempo en una agencia de viajes, me ayudasen a creer en aquello que yo consideraba en un momento imposible: Escribir ficción.
A mis 33 años ya había escrito algunas cosas, pero, ¿una novela? No tenía ni idea por donde empezar. Entendí lo que me dijo un mentor: “Escribe. Sin prisa. Escribe y lee. Y vive lo que tienes que vivir”.
Hoy tengo la certeza de no haberlo vivido todo, aunque puedo afirmar, con cierto entusiasmo, que un puñado de personajes me acompañaron en la soledad del café, bajo la luz de la lámpara. Y sus historias me han hecho comprender un poco más la vida.
Todo cae por su propio peso, escuché desde que era niño. Pero ya no creo en ese estúpido refrán. Al contrario, soy testigo de que todo cayó cuando el peso se fue. Cuando dejé de esperar.
Por eso, veo la portada de mi primera novela y parece que forma parte de la misma historia de ficción.
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