martes, 16 de marzo de 2010

Chefchaouen, Marruecos: "El pueblo azul"


Cuando llegué al aeropuerto de Tanger, ciudad costera marroquí, frente al Peñon de Gibraltar, me esperaba un auto pequeño que había arrendado desde España. Comencé a bordear la costa por una carretera estrecha, un sólo carril de ida y vuelta, y cuya sinuosidad, me hacía cruzar los dedos en cada encuentro con los vehículos que venían en sentido contrario. A pesar de que la temperatura rozaba los treinta grados, la brisa marina no me hizo extrañar el aire acondicionado, inexistente en aquél coche diminuto. Con las ventanas abiertas, y el viento galopando sobre mi cabeza, entorné los ojos, y colmé la mirada con ese azul del Mediterráneo, que teñía una costa atestada de acantilados, moteados con luengos pastizales.

Afortunadamente, el cochecito tenía radio. Puse a cantar a Manu Chao, una voz perfecta para ese momento de carretera, una voz exploradora, libre de paradigmas, clandestina, para mentes que suelen dibujar.

“Solo voy con mi pena, sola va mi condena, correr es mi destino, para burlar la ley, perdido en el corazón de la grande Babylon, me dicen el clandestino por no llevar papel. Para una ciudad al Norte yo me fui a trabajar, mi vida la dejé entre Ceuta y Gibraltar…”

Como si soplasen vientos clandestinos, intentando huir para buscar refugio en un lugar en donde el alma pueda ser alma, así yo también conducía, con la mirada viva, clandestina, fija en el camino, cuando de pronto, el hambre llegó y decidí parar en un pueblo de pescadores a comer un tajine de pescado.

Luego de saciar el hambre, subí al auto, seguí con el concierto interior de Manu Chao y continué manejando, pero esta vez, hacia el interior. Me alejé del mar y los acantilados que se estrellaban en él. Los vientos clandestinos me seguían acompañando, haciéndome volar sobre las montañas de la Cordillera del Rif, donde reposaban lagos anónimos.
Como aquellos vientos clandestinos, así me sentía. Quería huir, alejarme de todo lo conocido, dejar atrás los caminos recorridos por la civilización, olvidar los paisajes fatigados por la visión. Desaprender, desaprender, desaprender. Y para ello precisaba de un lugar indiferente a mi existencia, ignoto para mentes llenas de información, creencias y colores. Fue así como llegué a Chefchaouen, un pueblo azul, a cien kilómetros de Ceuta.

Fundada por Mulay Alí Ben Rachid en 1471, fue poblada por los andaluces, expulsados de España con la Reconquista. Situada en un enclave de difícil acceso, dominaba la ruta mercantil entre Tetuán y Fez, y servía como base para frenar la entrada e influencia de los portugueses de Ceuta. La ciudad estaba cerrada a todos los extranjeros, especialmente a los cristianos, hasta que fue ocupada por los españoles en 1920. Finalmente, la libertad volvió con la independencia marroquí en 1956.

Estacioné el carrito, saqué mi mochila, caminé hasta la Medina y me registré en un hotel. Los vientos clandestinos y las horas conduciendo me habían dejado exhausto, por ello, cuando llegué a la habitación, abrí la ventana, me tumbé en la cama, y el azul hipnótico, poco a poco, fue relajándome hasta ser presa del sueño, cómplice de una luna majestuosa que alumbraba la ciudad. Al día siguiente tomé el desayuno en la terraza del hotel, desde donde podía apreciar la Kasbah, fortaleza construida por Mulay Alí Ben Rachid, para defender la ciudad primero de los portugueses, luego de las tribus rebeldes bereberes y después de los españoles.

Lo primero que anegó mis sentidos al salir del hotel, fue el aire fresco de esa ciudad ubicada a más de 600 metros de altura, y dos gatos que parecían estar charlando sobre el tiempo. El nombre Chefchaouen (Xauen en español, según documentos del Protectorado), quiere decir en berebér: “mira los cuernos”, una suerte de homenaje a los dos picos que duermen en sus faldas, el Tisouka (2050 m) y el Megou (1616 m).

Luego, transcurrí por sus calles, sinuosas y estrechas, que se elevaban para volver a descender. Los vientos clandestinos soplaban por esas arterias azuladas, pletóricas de especies y crepitares de leña horneando el pan del día. Navegando entre burkas y turbantes, observé como los mosaicos árabes adornaban sus rincones únicos, y los hombres, bebían té y jugaban naipes en los cafés, ajenos a la vida de las mujeres, quienes estaban prohibidas de ingresar a estos.
De pronto percibí que me miraban, hablaban de mí en secreto, me atosigaban con preguntas. Aunque no entendía nada, imaginé algunas cosas y aceleré el paso, mi corazón se agitaba, y mi vista se perdía en la monocromía de sus paredes, en un dialecto que sonaba a una música que parecía ser palpado por mis oídos. Y en un momento desaceleré y empecé a caminar despacio, no pasaba nada, el que se perseguía era yo mismo. Me invadió una fascinación por que me observen, anhelaba que lo hagan y no me reconozcan, que me examinen y comenten, como si fuese un bicho raro. Percibí como los rumores soplaban como vientos secretos, como me perseguían por el mercado, desembocaban por las mismas calles que yo atravesaba, hasta que me encontraban, desprotegido y sólo en un callejón, y yo, sólo yo, les permitía que toquen mi alma, para que estallase dentro de mí una carcajada loca, clandestina.

Los escondites del Cronista Errante

La Kasbah y la Mezquita Jemaa Bouzafar

La Kasbah, que fue construida por Mulay Alí Ben Rachid, está ubicada justo en frente a la Plaza Uta el-Hammam. Recomiendo que visite sus jardines y el pequeño museo que alberga una modesta colección de armas antiguas, así como instrumentos, textiles y algunas fotos históricas de la ciudad. Al finalizar la tarde, ingresé a la pequeña mezquita Jemaa Bouzafar y desde Ras el-Maa podrá ver una magnifica puesta del sol.

Casa Hassan – Restaurante Tissemlal

Este hotel acogedor y de pocas habitaciones, está ubicado en pleno centro de la Medina. Por otro lado, su restaurante, el Tissemlal, es una excelente opción, no sólo por la sabrosa comida típica, sino por el cálido ambiente que otorgan la chimenea y los faroles. Además, las vistas desde la terraza son únicas y permiten a los huéspedes observar el trabajo de los chefs.

Recomendación: El tajine de cordero y pollo, el cous-cous y la ensalada marroquí.

Tarifas:

Habitación individual en media pensión entre 700 y 800 Dhs
Habitación doble en media pensión entre 850 y 1200 Dhs

1 euro equivale a 11.20 Dhs

Fotografía: El baraka.net

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