“… ¡Ama! Ea, ponme en ánforas dulce vino, el que sea más suave después del que guardas para aquel infeliz; esperando siempre que vuelva Odiseo, del linaje de Zeus por haberse librado de la muerte y de las Moiras. Llena doce ánforas y ciérralas con sus tapaderas…”
Basta leer este eufórico discurso de Telémaco en un pasaje de La Odisea de Homero, para comprender la importancia de esta noble bebida en la historia occidental. Debemos tener en cuenta que este texto fue escrito hace aproximadamente 3,000 años, lo cual hace suponer que los romanos, quienes conquistaron a los griegos en el siglo I dc, fueron los responsables de la expansión del vino a lo largo y ancho de Europa. Pues bien, veamos entonces como llegó a Francia.
Cuando observé el reflejo de los predios del siglo XVIII frente a la place de la Bourse, empecé a respirar parte de la historia de Burdeos, capital de la provincia de Aquitania, región francesa en donde la historia del vino abarca casi dos mil años. Precisamente fueron los romanos quienes plantaron las primeras vides, sin embargo, fue en el siglo XII, cuando el matrimonio de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania anexó la provincia francesa al territorio inglés, que Burdeos alcanzó el relieve mundial que hasta hoy se le conoce.
Para ponernos en contexto, el nombre Burdeos deriva del francés au bord de l'eau, en español esto es: "al borde del agua", y se refiere al estuario de la Gironda, donde desembocan los ríos: Garona y Dordoña. Es en toda esta región, donde se encuentra ese clima ideal que le otorgó el privilegio de ser hoy la segunda región vinícola más grande del mundo (284.320 has de vid), y poder contar con un volumen de negocio de 14.500 millones de euros y nada menos que con 57 denominaciones de origen.
Pero nuestro propósito de viaje, no era el de untarnos con la próspera ciudad de Burdeos, sino conocer los orígenes más antiguos que la bebida gastronómica más famosa del mundo tuvo en Francia. Para ello, tomamos el auto y nos adentramos en ese mar de viñedos que se perdía en una línea verdusca en el horizonte del distrito de Libourne, también perteneciente a la región de Burdeos o como también le llaman: Viñedo de Burdeos (en francés, Vignoble de Bordeaux).
Fue así que recorrimos 35 kilómetros teniendo a diestra y siniestra, surcos atestados de hileras verdes, perfectas, infinitas, inacabables, que parecían haber sido trazadas por alguna divinidad. De pronto apareció frente a nosotros Saint Emilion, un pueblito medieval caprichosamente encumbrado en una colina que dominaba todo el paisaje vinícola.
Cuando ingresamos, una nube gris cubrió la ciudadela dándole un aspecto cinematográfico a aquellas casas, que ordenadas de manera escalonada, parecían anhelar llegar hasta la Iglesia monolítica que coronaba la colina. Las calles de suelo empedrado, gastado por los pasos muertos y las lluvias de siglos, se inundaban de brisa fresca con aromas de vid.
Arrendé una bicicleta, salí de la ciudadela y seguí los pasos de la vid. Perdí la mirada en el verde infinito de Saint Emilion, y recorrí sus campos entre ruinas románicas. La historia nos cuenta que la producción del vino en Francia comenzó algún tiempo después del año 48, durante la ocupación de Saint Emilion por los romanos, quienes establecieron viñedos para cultivar vino para los soldados. Sin embargo, la ciudad recién fue bautizada en el siglo VIII por el monje Émilion, un confesor viajero que se estableció en una ermita excavada en la roca. Fue forjador de la producción comercial de vino en la zona.
Después de pasear cerca de una hora, mi nariz anegada de esos perfumes vinícolas me sugirió que buscase un châteaux. Les recomiendo que si gozan del tiempo necesario, se pierdan ya sea caminando o en bicicleta entre los caminos asfaltados que cruzan esas alfombras verdes, y cuando descubran algún châteaux que les llame la atención, ingresen y disfruten de la amabilidad con que las familias, dueñas de las fincas, les explican el complejo proceso de elaboración de la bebida. El vino en la región de Saint Emilion es en su mayoría una mezcla o ensamblaje entre dos variedades: Merlot (70%) y Cabernet Franc (30%).
Bastaron unas cuantas catas para que la alegría brote por los poros y el espíritu obedeciese a comprar un par de botellas de vino. Recomiendo que lo hagan por tratarse de producciones limitadas de óptima calidad, y que se encuentran a precios más altos en cualquier supermercado de Europa.
Finalmente tomamos el coche y nos fuimos alejando de Saint Emilion, patrimonio mundial de la humanidad por la UNESCO desde 1999, sueño de todas aquellas personas que hemos sido criados con esta bebida en la mesa. Luego de una hora, pasamos por última vez frente a Burdeos, donde el sol se despedía de nosotros tiñendo de rojo las nubes y lanzando una pincelada negra en sus edificios.
Los escondites del Cronista Errante
El campanario de la Iglesia monolítica
Vamos. Animo. Suba los 196 escalones del campanario de la Iglesia Monolítica. Una vez arriba, tomé aire y disfrute de la vista panorámica mas linda de la ciudadela de Saint Emilion.
Hotel Balladins**
Lieu-dit du Bois de l'Or. Route de Castillon D670.
33330 SAINT-EMILION
05 57 25 25 07
Excelente opción a sólo 3 km de la ciudadela de Saint Emilion. Cuenta con sala de descanso y una piscina bastante agradable para los días de verano. Las tarifas de las habitaciones van desde los 56 euros.
Restaurante Amelia Canta
Ubicado en el antiguo mercado local, posee una terraza fresca que permite una vista excepcional de la iglesia monolítica y la emblemática torre del reloj. Recomiendo el set-menú: “En-cas d’Yssy”, servido sobre una superficie de madera y con una copa de vino incluida. Todo por 10 euros.
Basta leer este eufórico discurso de Telémaco en un pasaje de La Odisea de Homero, para comprender la importancia de esta noble bebida en la historia occidental. Debemos tener en cuenta que este texto fue escrito hace aproximadamente 3,000 años, lo cual hace suponer que los romanos, quienes conquistaron a los griegos en el siglo I dc, fueron los responsables de la expansión del vino a lo largo y ancho de Europa. Pues bien, veamos entonces como llegó a Francia.
Cuando observé el reflejo de los predios del siglo XVIII frente a la place de la Bourse, empecé a respirar parte de la historia de Burdeos, capital de la provincia de Aquitania, región francesa en donde la historia del vino abarca casi dos mil años. Precisamente fueron los romanos quienes plantaron las primeras vides, sin embargo, fue en el siglo XII, cuando el matrimonio de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania anexó la provincia francesa al territorio inglés, que Burdeos alcanzó el relieve mundial que hasta hoy se le conoce.
Para ponernos en contexto, el nombre Burdeos deriva del francés au bord de l'eau, en español esto es: "al borde del agua", y se refiere al estuario de la Gironda, donde desembocan los ríos: Garona y Dordoña. Es en toda esta región, donde se encuentra ese clima ideal que le otorgó el privilegio de ser hoy la segunda región vinícola más grande del mundo (284.320 has de vid), y poder contar con un volumen de negocio de 14.500 millones de euros y nada menos que con 57 denominaciones de origen.
Pero nuestro propósito de viaje, no era el de untarnos con la próspera ciudad de Burdeos, sino conocer los orígenes más antiguos que la bebida gastronómica más famosa del mundo tuvo en Francia. Para ello, tomamos el auto y nos adentramos en ese mar de viñedos que se perdía en una línea verdusca en el horizonte del distrito de Libourne, también perteneciente a la región de Burdeos o como también le llaman: Viñedo de Burdeos (en francés, Vignoble de Bordeaux).
Fue así que recorrimos 35 kilómetros teniendo a diestra y siniestra, surcos atestados de hileras verdes, perfectas, infinitas, inacabables, que parecían haber sido trazadas por alguna divinidad. De pronto apareció frente a nosotros Saint Emilion, un pueblito medieval caprichosamente encumbrado en una colina que dominaba todo el paisaje vinícola.
Cuando ingresamos, una nube gris cubrió la ciudadela dándole un aspecto cinematográfico a aquellas casas, que ordenadas de manera escalonada, parecían anhelar llegar hasta la Iglesia monolítica que coronaba la colina. Las calles de suelo empedrado, gastado por los pasos muertos y las lluvias de siglos, se inundaban de brisa fresca con aromas de vid.
Arrendé una bicicleta, salí de la ciudadela y seguí los pasos de la vid. Perdí la mirada en el verde infinito de Saint Emilion, y recorrí sus campos entre ruinas románicas. La historia nos cuenta que la producción del vino en Francia comenzó algún tiempo después del año 48, durante la ocupación de Saint Emilion por los romanos, quienes establecieron viñedos para cultivar vino para los soldados. Sin embargo, la ciudad recién fue bautizada en el siglo VIII por el monje Émilion, un confesor viajero que se estableció en una ermita excavada en la roca. Fue forjador de la producción comercial de vino en la zona.
Después de pasear cerca de una hora, mi nariz anegada de esos perfumes vinícolas me sugirió que buscase un châteaux. Les recomiendo que si gozan del tiempo necesario, se pierdan ya sea caminando o en bicicleta entre los caminos asfaltados que cruzan esas alfombras verdes, y cuando descubran algún châteaux que les llame la atención, ingresen y disfruten de la amabilidad con que las familias, dueñas de las fincas, les explican el complejo proceso de elaboración de la bebida. El vino en la región de Saint Emilion es en su mayoría una mezcla o ensamblaje entre dos variedades: Merlot (70%) y Cabernet Franc (30%).
Bastaron unas cuantas catas para que la alegría brote por los poros y el espíritu obedeciese a comprar un par de botellas de vino. Recomiendo que lo hagan por tratarse de producciones limitadas de óptima calidad, y que se encuentran a precios más altos en cualquier supermercado de Europa.
Finalmente tomamos el coche y nos fuimos alejando de Saint Emilion, patrimonio mundial de la humanidad por la UNESCO desde 1999, sueño de todas aquellas personas que hemos sido criados con esta bebida en la mesa. Luego de una hora, pasamos por última vez frente a Burdeos, donde el sol se despedía de nosotros tiñendo de rojo las nubes y lanzando una pincelada negra en sus edificios.
Los escondites del Cronista Errante
El campanario de la Iglesia monolítica
Vamos. Animo. Suba los 196 escalones del campanario de la Iglesia Monolítica. Una vez arriba, tomé aire y disfrute de la vista panorámica mas linda de la ciudadela de Saint Emilion.
Hotel Balladins**
Lieu-dit du Bois de l'Or. Route de Castillon D670.
33330 SAINT-EMILION
05 57 25 25 07
Excelente opción a sólo 3 km de la ciudadela de Saint Emilion. Cuenta con sala de descanso y una piscina bastante agradable para los días de verano. Las tarifas de las habitaciones van desde los 56 euros.
Restaurante Amelia Canta
Ubicado en el antiguo mercado local, posee una terraza fresca que permite una vista excepcional de la iglesia monolítica y la emblemática torre del reloj. Recomiendo el set-menú: “En-cas d’Yssy”, servido sobre una superficie de madera y con una copa de vino incluida. Todo por 10 euros.
Fotografía: Carlos Modonese
No hay comentarios:
Publicar un comentario