Apenas crucé el umbral de Tango Records, en la calle quince bogotana, me encontré con esta obra enorme en formato minúsculo.
Aunque ya había oído recomendaciones importantes de este ensayo de Juchiro Tanizaki, no tenía pensado comprarlo. Pero cuando toqué la textura granulada de la portada lo compré por impulso.
No me arrepiento ni un minuto.
El escritor japonés me ha mostrado un universo que ignoraba.
Mientras que en Occidente se valora la presencia de la luz de manera significativa, en cualquier disciplina artística, en la estética japonesa pasa lo contrario, es la sombra la que posee un lugar privilegiado.
El porqué las sombras tienen esa presencia que define lo bello es un enigma que Tanizaki nos va desvelando a medida que avanzamos en sus casi cien páginas, las mismas que tocan varios rincones de su milenaria cultura: la cerámica, la pintura, el maquillaje, el vestuario y la arquitectura de espacios interiores, sobre todo.
Cualquier arquitecto quedaría fascinado con la forma en que Tanizaki describe esa luz cansina que se filtra a través de los shojis, en las casas japonesas, creando una atmósfera de penumbras que despierta notas agradables y misteriosas en nuestros sentidos.
Dice Tanizaki: "Ustedes, lectores, ¿no han experimentado nunca, al entrar en alguna de esas salas, la impresión de que la claridad que flota, difusa, por la estancia no es una claridad cualquiera sino que posee una cualidad rara, una densidad particular? ¿Nunca han experimentado esa especie de aprensión que se siente ante la eternidad, como si al permanecer en ese espacio perdieras la noción del tiempo, como si los años pasaran sin darte cuenta, hasta el punto de creer que cuando salgas te habrás convertido de repente en un viejo canoso?
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