Tomás González acompaña mis tardes con este libro de poemas relacionados al agua: los ríos, las cascadas, el líquido amniótico, la sangre y la naturaleza marina de Colombia.
Me encantó encontrar elementos de la naturaleza distintos a los peruanos.
No hay cactus frente al mar, hay manglares que se enraízan en el fondo de la tierra.
No hay montañas de piedra, hay yarumos con hojas de plata.
No hay zarcillos anidando en la entrada de las cuevas de los imponentes lobos marinos, hay guacamayas emergiendo de las chispas de una cascada de arco iris.
Aunque la naturaleza es distinta, me pude dar cuenta que los sentimientos que despierta el mar no tienen bandera.
Tanto las aguas del Atlántico como del Pacífico están unidas por el espíritu de la rendición ante algo más poderoso.
Ese espíritu, quizá, que animaba a los nativos americanos a orarle al mar por las buenas mareas.
O a ese espíritu que aleteó en el pecho de los navegantes portugueses del siglo XV, que veían en el horizonte la posibilidad de un mundo nuevo.
Un mundo soñado.
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