A Samara le costó al inicio, pero luego se adaptó fácilmente, nos dijo la profesora a Paula y a mí en la graduación del nido (jardín en Colombia).
Cuando Samara cumplió cuatro años en abril, por distintos motivos, tomamos la decisión de venir a vivir a Colombia. Ingresar a su nido nuevo en Bogotá y no encontrar a sus amigos de Perú fue muy confrontante para ella.
Su profesora nos comentó que algunas veces vio a Samara sola y triste, diciendo que nos extrañaba.
Al final de la graduación, Samara recibió un diploma y todos sus trabajos envueltos con un bonito lazo. En ese momento la profesora se despidió de ella con mucho cariño y yo quería preguntarle sobre su desarrollo cognitivo, sin embargo, decidí hacerlo el día de la lectura del informe, que sería un par de días después.
En el libro Outliers (Fuera de serie), Malcolm Gladwell cuenta la historia de Lewis Terman, un joven profesor de Psicología que había desarrollado un test que podía medir el coeficiente intelectual (el Stanford-Binet que todos hemos hecho alguna vez).
En 1921 Terman se obsesionó con encontrar a los niños que alcanzaran los puntajes más altos de CI, a aquellos genios que seguramente llegarían a ser Premios Nobeles de Física, Química y Medicina.
Sin embargo, muchos años después, hizo un monitoreo para saber cómo les había ido en la adultez a los muchachos más inteligentes del país. Se debió desilusionar al darse cuenta que un 20% de ellos terminaron su vida en trabajos operativos o simplemente no hacían nada.
¿Por qué ese 20% de niños genios no pudieron descollar en la vida?
Quizá la respuesta nos la dé el baloncesto: Muchos especialistas de este deporte consideraban que los jugadores debían rebasar los dos metros de altura para tener éxito en la liga profesional de Estados Unidos. Nada más absurdo si le echamos un vistazo a la carrera de Isiah Thomas (1.75 m), Michael Jordan (1,98 m) y Kobe Bryant (1.98 m).
Estos tres de los mejores jugadores de todos los tiempos en la NBA demostraron que en el baloncesto no solo se necesita altura. Y algo tiene que ver el baloncesto con lo que ocurre en la vida profesional, porque Gladwell hizo una comparación del entorno familiar entre los niños con inteligencia brillante.
Se observó que muchos chicos con alto coeficiente intelectual provenían de hogares disfuncionales, con madres o padres alcohólicos y violentos, que nunca alentaron sus esfuerzos, al contrario, machacaban las cualidades naturales de sus niños.
En el otro lado, los chicos que destacaron en sus profesiones sí tuvieron un entorno familiar estimulante. De hecho, me sorprendió una entrevista que mostró Gladwell a una madre de esos niños.
La madre recordó una anécdota donde su hijo iba a tener una cita con un médico, porque le había salido un brote debajo de la axila.
En el camino a la clínica le preguntó a su hijo de nueve años, ¿qué le vas a decir al médico? No lo sé, respondió el niño. La madre insistió y el niño explicó con sus propias palabras lo que pensaba decirle al médico. Al llegar al consultorio, el médico le preguntó a la madre a qué se debía la visita. La madre se volvió a su hijo, que jugaba ensimismado con su cubo mágico: Anda, cuéntale al doctor lo que te ocurrió, hijo. El niño levantó la cabeza y comenzó a dar detalles del brote, dónde y cuándo había aparecido. El médico continuó preguntándole y la madre sonreía al observar cómo su hijo se desenvolvía.
Más allá de la forma, esa madre estaba impulsando el manejo natural que debemos tener todos al sostener una conversación con una autoridad. Estaba fortaleciendo la autoestima de su hijo.
Gladwell evidenció que el Stanford Binet, el famoso test de CI, solo es capaz de medir la inteligencia lógica y analítica, más no el pensamiento divergente ni la inteligencia emocional ni el nivel de autoestima de las personas. Cualidades muy importantes en el mundo de hoy. Porque si queremos sacar un proyecto adelante debemos relacionarnos de manera empática con otras personas, comunicar nuestras ideas con confianza y tener una motivación para aprender más allá del resultado que obtengamos.
Me quedó muy claro que el nivel de altura influye en los resultados que puede tener un niño que le guste el baloncesto, pero no es determinante para que sobresalga. Michael Jordan, Isiah Thomas y Kobe Bryan, los genios que le dieron títulos de la NBA a los Chicago Bulls, Detroit Pistons y Los Angeles Lakers, demostraron que también son necesarios la habilidad para asistir al compañero mejor ubicado, el lance de tres puntos, la intuición para robar un balón, la motivación personal cuando el marcador está en contra, ¡y muchas cosas más!
Después que la profesora terminó de leer el informe de desempeño de Samara en el nido, yo le expresé mi preocupación porque a ella se le olvidaba dar las gracias al recibir algo y el por favor cuando pedía cosas. La profesora nos recordó que Samara tenía solo 4 años. Que si Samara nos escuchaba decir con frecuencia las “palabras mágicas”, ella las incorporaría tranquilamente.
No se preocupe, nos tranquilizó y felicitó porque Samara era de las niñas que no tenía miedo a decir lo que piensa o siente: “Un día estaba triste porque no había encontrado un amiguito con quien jugar en el recreo. Me acerque a ella y le dije, ¿hermosa te pasa algo? Samara levantó la cabeza y me dijo que necesitaba un abrazo”.
Cuando le escuché esto a la profesora, sentí un pinchazo en el pecho. Le agradecí el acompañamiento especial que le había dado a Samara en este momento de cambio que estaba viviendo.
Conduciendo de vuelta a la casa, por el retrovisor veía cómo Samara le mostraba orgullosa a Paula los dibujos que había realizado en el nido. Observé la calle, los autos avanzaban en los otros carriles y comprendí lo que Gladwell pudo descubrir con el famoso test de coeficiente intelectual, que quizá medía algo importante, pero no lo más importante en esta vida.
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