viernes, 16 de julio de 2010

Copenhague, Dinamarca: "Entre la realidad y la fantasía"


Inconformidad. Eso era lo que se podía leer en los ojos que se paseaban por la escultura de “La Sirenita”. Debo reconocer que en ese momento, yo estaba totalmente de acuerdo con el sentimiento de frustración que brotaba de las miradas de los turistas. Y es que, a simple vista, ese monumento de escasos 1.25 metros no parecía ser gran cosa; y menos aún, si tenía como fondo al inmenso mar Báltico, y a los buques que bordeaban el puerto de Copenhague.

Yo había decidido ir a visitarla, sí; pero sólo por la devoción que le tenía a Hans Christian Andersen, un danés que inscribió su nombre entre los grandes de la literatura universal, después de publicar a inicios del siglo XIX: “Cuentos Populares”. Uno de estos fue “La Sirenita”, el cual los estudios Walt Disney supo ilustrar de manera brillante en una película para niños.

Cuando el panorama se despejó, me acerqué a esa figura de bronce enmohecida por los años de vientos y sal marina. Percibí cierta nostalgia en la mirada de esa sirena, de quien Andersen cuenta que al enamorarse de un príncipe, decide abandonar la inmortalidad en el mar y aceptar la condición finita del ser humano. Me volví nuevamente a esa exquisita figura de bronce fundido – obra de Edward Eriksen en 1913, en honor al célebre relato- y examiné como sus líneas simples mostraban a la aleta de la nereida adoptando la forma de las piernas de una mujer de carne y hueso. Después de unos cuantos minutos de ensimismamiento, observé a los últimos turistas que se retiraban. Sonreí por la paradoja que me ofrecía el personaje fantástico del cuento de Andersen: la inconformidad de los rostros de los visitantes, contrastaba con la voluntad de la sirena por anhelar ser algo diferente a lo que el universo le había otorgado. Y es que pareciese que el escritor, no quería sino evidenciar que el amor es, tal vez, el único sentimiento capaz de motivarnos a cambiar nuestras circunstancias.

Con la fantasía de “La Sirenita” en la cabeza, tomé la bicicleta y en quince minutos llegué a Overgaden Oven Vandet: una hermosa calle atestada de fachadas coloridas que bordea el canal de Christianhavns. Aun cuando el frío de otoño había desnudado a los árboles, la ciudad nos regalaba un cielo azul que cedía el paso a los rayos de sol para que reverberen en las buhardillas de los predios.

Desde este lugar se puede tomar una embarcación colectiva y dar un paseo por los canales de la ciudad y recorrer el puerto de Copenhague; echar un vistazo a la Nueva Opera, la escultura de “La Sirenita” y la fachada del parque de atracciones del Tívoli.
De modo que, después de recorrer casi todo el camino adoquinado de Overgaden Oven Vandet, giré a la derecha y tomé la vía Badsmandstraede con dirección a Christiania: la ciudad libre de Copenhague.

A unos metros de la entrada a Christiania, encontré una larga línea de bicicletas. Pero, ¿qué es este atolladero?- Dije. Me bajé de la bici y decidí llevarla por la acera hasta un estacionamiento y -tal cual funcionan los carritos en los supermercados- la dejé en un puesto libre y recuperé las veinte coronas que había depositado horas antes, cuando la retiré de otra estación. Y es que se puede afirmar que Copenhague es sinónimo de bicicleta: son de uso público y el 37% de la población la utiliza como medio de transporte. No importa si se trata de señores o niños; altos ejecutivos o carteros; solteros o familias enteras; todos, absolutamente todos transcurren por la ciudad encima de ellas. De esta manera, los ciudadanos daneses colaboran con el medio ambiente, hacen deporte, sortean el tráfico de las avenidas, y por qué no decirlo, evitan los elevados impuestos a los que están sujetos los automotores.

Después de estacionar la bicicleta me sumergí en la fantasía de Christiania, un barrio que alberga una comunidad hippie desde 1971, cuando el ejército danés abandonó un antiguo cuartel. En la actualidad, casi un millar de personas hace parte de este pacífico lugar, siendo fiel a una filosofía anti-capitalista que se basa en el autoabastecimiento. Irónicamente, en algún momento, sus habitantes promovieron marchas separatistas, pero éstas siempre fueron rápidamente controladas por el gobierno danés.
Les confieso que luego de pasear por las pulcras calles de la capital danesa, me sentí algo desorientado al ingresar a este suburbio. Sobre todo cuando vi a dos ancianos de barba larga bebiendo whiskey y jugando a las carreras en sus sillas de ruedas. Busqué un área verde, me tumbé y retomé la lectura de “Cuentos Populares”. Luego de una hora, escuché, a lo lejos, los acordes de una guitarra folk y una voz laxa, similar a la de Jerry García.

¿De dónde vendrá esa música?, me preguntaba. Dejé que el oído me guiará; y atravesé casas untadas de arte callejero, cafés con exposiciones de pintura, tiendas de artesanías, proyectos de arquitectura ecológica, y mucho, pero mucho aroma a cannabis fresco que brotaba de los huertos. Compré una cerveza en una tienda y me acerqué a esa banda improvisada, mixtura de sangre danesa y turca, sonrisa al viento y vinchas de arco iris, que tocaba el clásico “Casey Jones” de Grateful Dead. Una vez liquidada la birra, miré el reloj que marcaba las cinco de la tarde y abandoné el pintoresco barrio de Christiania.

Regresé al parqueadero de bicicletas, deposité veinte coronas y transcurrí por la costa báltica. Después de cuarenta y cinco minutos, había llegado a los Baños Marítimos de Kastrup. Hacía mucho tiempo que deseaba ver este proyecto ecológico, obra del arquitecto Fredrik Pettersson. El complejo tiene baños y el ingreso es gratuito. Sus cálidas plataformas de madera, protegidas por los vientos, tienen el propósito de invitar a gente de todas las edades a conectarse con el mar.
Moría de ganas por saltar al agua desde una de sus plataformas, pero el frío era tremendo. Me quedé observando un buen rato su estructura, la cual nos demuestra que para crear proyectos de esparcimiento público, no necesariamente se necesitan grandes recursos: sólo un poco de fantasía y saber plasmarla en la realidad.

Los escondites del Cronista Errante
¿Qué más visitar?….

Los jardines del Tívoli

Situado en el corazón de la ciudad y abierto al público desde 1843, el Tívoli es el segundo parque de diversiones más grande de Dinamarca después del Bakken. Está compuesto por dos partes; la primera, los jardines donde florecen más de cien mil flores; la segunda, donde se encuentra la sala de conciertos, los escenarios al aire libre y el parque de atracciones,. No te pierdas los fuegos artificiales del lago Tivoli (se realizan dos veces por semana).
Precios: adultos, 11 euros y niños, 6 euros

La Nueva Opera de Copenhague
Tiene un lugar entre las modernas construcciones para ópera del mundo. Se encuentra ubicado en el islote de Holmen y fue una donación a la ciudad del magnate naviero Mærsk Mc-Kinney Møller. El diseño estuvo en las manos del estudio de arquitectura del danés Henning Larsen Tegnestue. Fue inaugurado en el 2005 y su auditorio tiene una capacidad para acomodar entre 1.400 y 1.500 espectadores.

¿Dónde dormir y comer?…

Hotel Zleep Ballerup
Marbaekvej 6, Copenhague 2750, Dinamarca
Tarifa promedio/año: 95 euros

No es tarea fácil recomendar un hotel en un país donde los precios doblan el promedio europeo. Zleep es un hotel limpio con habitaciones simples; el servicio es cálido y amable; pero el único inconveniente es que el trayecto en bus hasta el centro de Copenhague le tomará aproximadamente cuarenta minutos.

Restaurante Zeleste
Store Strandstræde 6, Copenhague, Dinamarca
Cocina: Marisco, Francesa

A pesar de no ser un restaurante gourmet, su atmósfera es acogedora y está ubicado al lado Nyhavn, uno de los puntos más agradables de la ciudad. Los platos de carnes de res y venado son muy recomendables. Tiene mesas adentro y en el patio del restaurante.

Fotografía: Blog sobre turismo

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