domingo, 30 de agosto de 2009

Lima, Perú: "El Globo"

Era domingo por la tarde, el sol se extinguía sobre un mar miraflorino disfrazado de balinés, la luz crepuscular calentaba mi corazón y me permitía un suspiro. El parque Salazar había sido invadido por un enjambre de niños; los bebés miraban todo con curiosidad, los que daban sus primeros pasos hacían sólo eso, caminar “Vaya donde el papá”– Decía la mamá, “Vaya donde la abuela” –Decía la tía. Los más grandes corrían detrás de una pelota, otros se pintaban de rosado la boca de tanto comer algodón de azúcar y fabricaban burbujas de jabón gigantescas, como me hubiera gustado hacer eso en ese momento. A unos metros estaba mi padre. Se ponía muy serio cuando negociaba el precio, luego sacaba unas monedas del bolsillo, pagaba y me traía lo que más quería en el mundo: Un globo ¡Qué hermoso era! El color rojo, su enormidad y ese brillo que centelleaba en la parte más hinchada lo hacían lucir perfecto. Me lo entregaba y yo lo sujetaba de una pita impidiendo que se vaya. Lo sentía mío al saber que su suerte dependía de mi voluntad, disfrutaba ver como flotaba por los aires, jalaba de la pita, lo arrastraba de un lado a otro, andaba por donde yo andaba, me acompañaba. Luego de unas horas ¡Lo inevitable! El helio empezaba a escapar y el globo ya no tenía aquella voluntad vigorosa de querer fugarse de mis manos, la pita empezaba a dibujar en el aire una curva lánguida y el globo cada vez bajaba más y más. La ansiedad empezaba a devorarme por dentro, mi padre se arrodillaba y me susurraba al oído: “Debemos soltarlo”, yo me llevaba los dedos a la boca en una reacción nerviosa. “¿Mi globo se va? No se puede ir papá” – le decía balbuceando. Él me tomaba de las manos y me miraba a los ojos “El globo necesita ir para seguir viviendo”. Yo movía mi cabeza negando aquella explicación innecesaria, una nube gris penetraba mis pupilas y las lágrimas empezaban a correr por mis mejillas. “Ya es hora que se vaya con Dios -me decía-. Allá arriba estará bien. Desde muy alto te mirará y volverá a ser el globo robusto, rojo que tú quieres que sea”. Un sentimiento de satisfacción inundaba mi corazón al saber que yo lo estaba redimiendo, lo salvaría de este mundo en el cuál no podría sobrevivir. En ese momento me secaba las lágrimas y asentía, aceptaba su destino, soltaba la pita y lo miraba hasta perderlo de vista. “Ya no estará más conmigo –pensaba- pero estará con Dios. Quiero que sea domingo otra vez en Miraflores”.

Fotografía de Antonio Ljubs (Flickr)
Anglet-Francia, Mayo 2009

Lima, Perú: "El Fenómeno del mono"

El Fenómeno del Niño había llegado con una fuerza inusitada aquel verano de 1998, Lima ardía y allí estaba yo, saliendo de la universidad a las 5:30 pm. Subí a una combi* atestada de gente, cuarenta minutos de condena veraniega y cuando grité “¡Bajo en la esquina!”, comenzó el espectáculo sangriento de ese dúo tenebroso de las combis limeñas, el chofer cerró a cuanto carro pasaba en los carriles de la derecha y luego la “sana sugerencia” del cobrador de boletos: “¡Pie derecho! ¡Pie derecho!”, salté de la combi y afortunadamente caí bien. Entré a un chifa**, pedí un “combinado especial”, mezcla de arroz chaufa y tallarín saltado, cocinados en base de soya, verduras chinas, pollo, cerdo y langostinos. Mientras esperaba el pedido, bebí una Inka-Kola helada con una avidez que entumeció mi cabeza.

Caminé hasta casa, saqué las llaves de mis bolsillos húmedos, entré, y como si estuviera despellejándome, lancé zapatillas, jeans y camiseta al suelo, puse el “combinado” en un plato y subí a mi habitación. Puse el ventilador en el nivel más alto y comencé a devorar mi plato viendo un partido de fútbol “¡Carajo, que bien se come en este país! Y lo mejor, barato” - Pensaba mientras saboreaba. De pronto escuché unos rasguños que venían dentro del closet, pero cuando bajaba el volumen del televisor, los ruiditos desaparecían. “Como jode ese ratón”- Dije. Luego de diez minutos escuché que se cayó una caja. Dejé la bandeja de madera sobre mi cama, me puse de pie y caminé lento hacia el closet. Escuché que jugaba con mis zapatos. Golpeé la puerta y retrocedí unos metros, pero no escuché la réplica del animal. El silencio era desesperante. “¡Gol del Madrid!”-gritó el comentarista y de pronto las dos puertas de mi closet se abrieron, delante de mis ojos salió un mono grande, con mechón blanco y pecho rojo, que se balanceaba en el colgador de ropa. Saltó a la cama y yo en ropa interior salí corriendo a la calle. “¿De dónde salió este primate?”, “¿El fenómeno del niño estará provocando migraciones del amazonas?”.

Toqué el timbre del vecino y corrí a esconderme detrás de un árbol, inmediatamente un anciano se asomó por la ventana. “Señor, tengo un mono en mi casa ¿Será suyo?”. “¿Lorenzo? ¡Mi mono! ¿Dónde está?–Preguntó con una voz calmada. “Saque su animal de mi casa por favor”. “Mas respeto con él–corrigió indignado-. Es estrella de televisión, salió en el programa de Ugo Plevisani”. El señor se puso una bata, bajó y fuimos a mi casa. Mi sorpresa fue gigante al ver los charcos de orín del mono, que no solo estaba mirando televisión sino que comía con palitos chinos lo que quedaba de mi almuerzo. Cuando vio a su amo con los tallarines entre los dientes, saltó descontrolado “Está feliz de verme” -Me dijo el abuelo, parecía que estuviera viendo a un hijo suyo. Lo agarró de la cintura y lo apretó contra su pecho. “Siempre lo saco a comer al jardín a las 2 pm, la memoria me está traicionando, ¿Cómo pude olvidarme de meterlo a su jaula?”. Después de unos minutos de charla, lo acompañé a la puerta y nos despedimos. Luego recogí el regadero, desinfecte el cuarto y me tendí en la cama exhausto. El calor no me dejó dormir hasta las dos de la mañana, cuando una brisa marina susurró por mi ventana y cerró mis ojos. “¡Pie derecho! –las imágenes del día pasaban en mis sueños como una película-, ¡Que buen arroz chaufa!, el mono Lorenzo comiendo con palitos, ¡Gol!”. Me desperté y pensé: “El fenómeno del niño esta enloqueciendo Lima”.

* bus pequeño** restaurant de comida chino-peruana
Fotografía de Anjutee (Flickr)
Providencia-Colombia, Agosto 2007

Barcelona, España: "Un sueño llamado Batlló"


Barcelona me devolvió al mar después de un año de ausencia.

Luego de comer una generosa paella de mariscos, tomé una bicicleta y recorrí la Manzana de la discordia, una calle atestada de fachadas vanguardistas. Sin embargo, fue sólo una de ellas la que me hizo detener la bicicleta y abrir la boca: Casa Batllo.

Gaudí se atrevió a romper los paradigmas de las construcciones rígidas y geométricas de la época. Extrajo lo mejor de la naturaleza y dotó de curvas a todos los rincones de la casa que le encargó reformar el industrial textil, Josep Batlló.

En la entrada, los enormes ventanales parecían bocas de gigantes,y, cuando recorría los salones y pasadizos me sentía en el estomago de una ballena. Las formas arremolinadas de los techos me conectaron con un océano, cuyas mareas me movían de sala en sala sin que me diera cuenta. Las escaleras se contorneaban y junto con las paredes me llevaban de uno a otro nivel del edificio.

De pronto, aquella corriente oceánica de la casa me atrapó en el penúltimo piso, me sacudió y arrojó por un orificio semejante a la de un animal mitológico. Ya estaba en la terraza: un mirador que parecía estar habitado por dragones que, en lugar de escamas, tenían azulejos. Aquella superficie multicolor marcó el final de un recorrido de fantasía.

Eludí a miles de turistas para salir de la casa, y cuando levanté la mirada para observar una vez más aquel edificio vivo, pensé que tal vez, Gaudí, supo desafiar el espacio y construir un cuento de piedra, cerámica y madera, para que las generaciones de todos los tiempos nunca se olviden de soñar.

Ver más de La Casa Batlló


Fotografía de Javier 1949 (Flickr)
Barcelona-España, Agosto 2005

Publicado en About.com, parte de The New York Times Company www.enespana.about.com