domingo, 28 de junio de 2020

El hombre, un animal en formación


Qué bien le hizo a nuestro planeta el trabajo que desarrolló Charles Darwin, en el siglo XIX, con su teoría sobre el origen y la transformación de la especies.
Más allá de nuestras creencias acerca de la formación del universo, la teoría de Darwin nos ha permitido desvelar, en parte, el misterio sobre el origen del hombre y reconciliarlo con su pasado animal.
La influencia de Darwin fue determinante en la obra literaria y filosófica de Nietzsche.
El hombre emerge del reino zoológico, planteaba Nietzche; y es y sigue siendo un animal en formación.
Cuando leí este fragmento revisé el tiempo que el Homo tiene en la tierra y me pareció que lo que afirmaba Nietzsche tenía mucho sentido.
El Homo tiene alrededor de 2 millones de años.
Esto quiere decir que no llegamos ni siquiera al 1% de la edad de nuestro planeta, calculada aproximadamente en 4,600 millones de años.
Nietzsche nos sugiere que somos parte de una evolución que continua su curso de manera constante y natural; y que quizá como somos hoy, física y mentalmente, no nos vamos a quedar por siempre.
Es por ello que, desde mi punto de vista, uno de nuestros grandes desafíos como hombres y mujeres en la actualidad es comprender que no podemos someter a las otras especies de este planeta a nuestro antojo, cuando nos están invitando, desde hace milenios, a integrarnos a ellas como parte de una unidad.
En mi caso, desde hace algún tiempo, estoy realizando algunas acciones domésticas como reutilizar algunos objetos o reciclar mis residuos sólidos.
Pienso que éstas podrían ser unas señales de reconciliación con mi pasado zoológico y botánico.
Sé que hay mucho más por hacer y aprender, pero vamos paso a paso.
Foto Evolución del Homo: @BlogHistoriando

El cerebro creativo



¿El cerebro es el mayor obstáculo de la creatividad?
El neurocientífico David Eagleman plantea esta interrogante en el documental “The Creative Brain” (Netflix, 2019)
¿Cómo puede ser el cerebro un obstáculo?
Si es el órgano que ha permitido diferenciar al ser humano, justamente por su asombrosa capacidad creativa, de otras especies del mundo que habitamos.

El hombre es y ha sido un creador de diversas disciplinas y expresiones: novedades científicas, modelos económicos, ordenes políticos; artes orales, escritas y plásticas; religiones e ideologías.
El hombre es el creador de una cultura, en suma, que sabido trasmitir de generación en generación.
Sin embargo, según Eagleman, hay un aspecto biológico en el cerebro que condiciona el potencial creativo: su feroz demanda de energía.
El cerebro es un órgano que pesa 1.5 kg, es decir el 2% aproximadamente del peso total de nuestro cuerpo; no obstante, y aquí les comparto la paradoja, necesita el 20% de la energía total para poder operar con normalidad.
Es por esto que en nosotros se pueden fijar con mucha facilidad las creencias, las rutinas y los paradigmas; no porque el cerebro sea un cruel perezoso, sino porque necesita ahorrar energía para ser el procesador eficiente de nuestros pensamientos y emociones.
El documental muestra distintos e interesantes puntos de vista (cantante, músico, dibujante, escritor, científico, etc) acerca del proceso de creación, y sobre qué hacer para expandir las fronteras de la creatividad humana.
Demás está decir que, en estos tiempos de pandemia, el mundo nos exige ser más creativos, y para eso es necesario entrenarnos mucho más en romper paradigmas; tolerar la frustración y arriesgarnos a ser diferentes; celebrar los fracasos y aprender de ellos; en fin, aprender cosas distintas para que el cerebro pueda hacer remixes novedosos, unir puntos de distintos orígenes y hacer de este nuevo mundo que estamos heredando, uno con más posibilidades, inmensamente creativo y emocionante.
Definitivamente este documental ha contribuido con un ingrediente más en algo que estoy trabajando, desde que se inició la cuarentena.
Muy pronto les estaré contando de qué se trata...
Foto: @BlogMentesLiberadas

sábado, 13 de junio de 2020

ESPN:Perú, 36 años después

Hoy es 7 de junio, una semana antes de la inauguración de la Copa del Mundo Rusia 2018.
Hace dos años ESPN Internacional eligió mi relato, inspirado en la clasificación peruana, para filmar el documental: "Perú: 36 años después".

El día que Thiago Arantes (periodista de ESPN) me llamó de Barcelona para confirmarme la noticia, le pregunté por qué habían escogido mi relato, y él me respondió que la historia les había parecido auténtica.
Sentí una alegría inde
scriptible porque no creo que haya gratificación mayor para un escritor, que recibir estas palabras.
Además, porque se trataba de una historia de fútbol con mi viejo: el gran responsable de que mi corazón cambiara su forma de latir, desde que me tomó de la mano de niño para subir las gradas del Estadio Nacional.

Para mí fue una crónica íntima que comenzó con la eliminación peruana de México 86 y culminó con el triunfo sobre Nueva Zelanda en noviembre de 2017.
La escribí una madrugada, después de la clasificación, con la sangre acumulada por la revancha de muchos años.
El equipo de ESPN llegó a Lima para rodar las escenas en un día, antes de volar a Asunción a grabar con Nelson Cabrera, el delantero paraguayo que le permitió a Perú ganarle los puntos a Bolivia, por un error en su nacionalización.
Mi viejo dejó su Chincha querida para ser protagonista en el documental y, con mi hija Samara, que estaba a pocos días de cumplir su primer año, vivimos una experiencia fílmica que ya se convirtió en una leyenda de mi familia.
Muchas gracias a Thiago, Pablo y Álvaro por todo el profesionalismo y la pasión que pusieron, para que las imágenes del documental fueran leales a la intención emocional de mi relato.

Algunos cuerpos celestes

Es muy agradable la satisfacción de haber invertido tiempo en la lectura de un libro como “Algunos cuerpos celestes” (Augusto Effio, 2019).
El género negro tiene una tradición muy larga en la novela, sin embargo, muy raro es encontrar a los escritores que logren ese equilibrio entre profundidad y precisión en el relato breve policial.

Este es, quizá, el mayor logro de “Algunos cuerpos celestes”, selección de cuentos enmarcada en la turbulenta década del ochenta en el Perú.
Los escenarios y los diálogos escritos por Effio, parecen estar siempre bajo el cañón de luz de una lámpara, ese que te hace sudar con la justa y sucia ironía del espionaje peruano.
De hecho, otra de las grandes virtudes de “Algunos cuerpos celestes” son los personajes que contratan los servicios de detectives privados, esos clientes aviesos que quieren comprar los valores humanos con el dinero. La variedad es muy divertida: un dueño de un canal de televisión que busca una vedette, el comerciante que va tras las pistas de un centro delantero o el director de un periódico sensacionalista, que vende "cortinas de humo" al gobierno de turno.
Notable trabajo de Effio que Peisa ha acertado en publicar cubriéndolo, además, con una de las portadas más bonitas que he podido ver en la literatura peruana, en los últimos años.

¿Adónde iré cuando muera?

Esta frase del novelista irlandés, Premio Booker 2005, ha rondado en mi cabeza en los últimos días.
¿Adónde iremos, una vez que nos alcance la muerte?
No lo sé, sin embargo, toda esa herencia antropológico religiosa de mis ancestros, de mi infancia que se nutrió de ese mito bíblico acerca de que la felicidad se alcanzará en un Cielo o en un más allá que no conocemos, me hace cada vez más consciente que la espera de "algo mejor" solo me colma de sufrimiento.
Desde mi punto d
e vista, más allá de cualquier circunstancia, es en este preciso momento donde yo debo intentar ser feliz.
Y cuando hablo de felicidad no me refiero a un estado particular de alegría o euforia, sino a esa condición humana relacionada a la satisfacción interior.
Se trata de ser consciente que lo más importante no es la cantidad de cosas que haga, tampoco los resultados que obtenga de ellas, sino la calidad de tiempo que yo dedique a realizar las actividades que me dan un disfrute, simplemente por realizar esas actividades en sí mismas.

¿Adónde iré cuando muera?
La respuesta puede ser tan insatisfecha como la pregunta.
Mi única certeza: solo cuento con un puñado de años y que, la decisión de no disfrutarlos, puede ser un suicidio diario.

Heraud

Les comparto este poema de Javier Heraud titulado "Mi casa".
Hace algunas semanas, por fin pude ver el documental de Javier Corcuera: "El viaje de Javier Heraud".
El documental narra el viaje íntimo que emprende la sobrina de Javier Heraud, en la búsqueda de los pasos escondidos de ese tío poeta que nació para hacer versos y murió acribillado en el río Madre de Dios, con tan solo 21 años.
Las tomas son muy limpias, de una belleza discreta, pero lo que más me impactó fueron los testimonios de las amistades que el poeta dejó a lo largo de su corta vida.
Testimonios conmovedores y auténticos, sobre alguien que bien podría llamarse, en palabras de Corcuera, "uno de los grandes amigos que el Perú ha perdido".

Los pájaros

Cuando el presidente Vizcarra terminó su anuncio, "los pájaros" comenzaron a hacer su nido de angustia en mi cabeza.
¿Cuándo se acabará la cuarentena? ¿Qué pasará cuando salgamos a las calles?
He decidido pensar que esta cuarentena continuará hasta después del diez de mayo.
Nadie espera eso. Nadie quiere eso.
Pero sabemos que, así mañana se levante la cuarentena, seguiremos usando mascarilla y mantendremos la distancia social hasta fin de este 2020. Si no es más.
Entonces, si sabemos que esto será así, porque dejar que "los pájaros" aniden sus obsesiones mentales en nuestras cabezas.
El 2020 no se proyecta como prometía ser: un veinte sobre veinte.
Hasta ahora, por lo menos.

Sin embargo, la oportunidad que tenemos para reinventarnos es enorme.
Nunca hemos estado ante una coyuntura que nos obligue a concebir la forma de relacionarnos, de producir y de generar ingresos, de una manera diferente.
La sobrevivencia, de la manera en que la concebíamos, tal vez ya no será posible.
Es necesario, pues, hacernos la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo en esta situación, con estas restricciones? ¿Qué forma diferente de hacer las cosas tengo a mi disposición?
Si dejamos de pensar en "los pájaros" que nos obsesionan, podemos enfocar nuestra valiosa energía en aquello que sí podemos hacer.
Cuando esto sucede, permitimos que los pétalos de la creatividad florezcan, para ponerlos al servicio de una sociedad más innovadora y justa.

Prosas Apátridas

Mi hija cumplió tres años hace un par de sábados.
Es de abril, igual que yo.
Que sus estrellas se parezcan a las mías me llena de un orgullo quizá algo tonto.
No hicimos grandes cosas en su cumpleaños, salvo jugar, hacer una torta de mandarina y una video conferencia con la familia para cantarle el japiverdei (si la vieran cómo saltaba en el sillón).
La belleza de contemplar lo simple, sin duda alguna, ha sido uno de los grandes regalos de esta cuarentena.
Darme esas treguas en mi escritura, en mi trabajo, para observarla curioseando sus objetos, me hace sentir la gratitud.
Samara es aún esa niña que me recuerda Julio Ramón Ribeyro en un inolvidable retazo, sobre su hijo, en sus Prosas Apátridas:
"Ahora que mi hijo juega en su habitación y que yo escribo en la mía me pregunto si el hecho de escribir no será la prolongación de los juegos de la infancia. Veo que tanto él como yo estamos concentrados en lo que hacemos y tomamos nuestra actividad, como a menudo sucede con los juegos, en la forma más seria. No admitimos interferencias y desalojamos inmediatamente al intruso. Mi hijo juega con sus soldados, sus automóviles y sus torres y yo juego con las palabras. Ambos, con los medios de que disponemos, ocupamos nuestra duración y vivimos un mundo imaginario, pero construido con utensilios o fragmentos del mundo real. La diferencia está en que el mundo del juego infantil desaparece cuando ha terminado de jugarse, mientras que el mundo del juego literario del adulto, para bien o para mal, permanece. ¿Por qué? Porque los materiales de nuestro juego son diferentes. El niño emplea objetos, mientras que nosotros utilizamos signos. Y para el caso, el signo es más perdurable que el objeto que representa. Dejar la infancia es precisamente reemplazar los objetos por sus signos".

Rilke

En la escena final de la genial película JoJo Rabbitt aparece esta frase del poeta austriaco.
En las últimas semanas, esta frase me ha estado siguiendo sin descanso, como el Minotauro a Teseo en medio del laberinto oscuro, en este mar sin ideas que produce el encierro, en el miedo que me ahoga aún teniendo oxígeno.
Sin embargo, como nos recuerda Rilke, ningún sentimiento es definitivo; y es aliviador descubrir que, después de un mes de cuarentena, no estaba en ningún laberinto, sino en un túnel.
No importa cuánto tiempo más dure en este túnel, porque ya veo aparecer a lo lejos los primeros rayos de sol.

La uruguaya

¿Qué es lo que más me impactó de "La uruguaya" de Pedro Mairal (Argentina, 1970)?
Su frescura y, sobre todo, el humor negrísimo asociado a profundos insights en las relaciones de pareja, tan actuales en estos tiempos de cuarentena.
Les comparto un par de ellos:
Uno: "Me tranquilizaba sentir que había una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio. Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo".

Dos: "Si realmente hicieran un curso integral de cómo criar hijos, nadie los tendría. Hace falta esa ignorancia para que continúe la especie, generaciones de ingenuos que se meten en un baile que no tienen ni idea. Un curso que anticipe todos los peligros y padecimientos de la paternidad y la maternidad espantaría a todos. Podría estar esponsoreado por alguna marca de preservativos. Salís de ahí y comprás el pack de 120 sin dudarlo".

Además de ser divertida la historia de un escritor porteño que va en ferry a Montevideo a retirar su dinero en dólares (lo que viven hoy muchos argentinos), "La uruguaya" es una invitación a reflexionar sobre la necesidad de hacer algo para que la vida en pareja se refresque. No pierda brillo.
Muchas gracias por la tremenda recomendación a mi gran amiga malagueña Isa Sánchez (@hachitasanchez!).

El látigo de Truman

Hace diez años leí la maravillosa "Música para camaleones".
Me impactó leer en el prefacio este verbatim de Capote.
Me sonó agresivo, pero en ese momento me sentí tan identificado, tenía todo el sentido para mí: le dedicaba horas a mi escritura, buscando las palabras más adecuadas para expresar complejas emociones.
¿Ha cambiado algo al día de hoy?
La verdad, confieso que muy poco.
Solo que el autoflagelo es más compasivo: a mi látigo mental le he puesto unas plumas de ganso.

La casa de cartón

Hace poco llegó a mis manos "La casa de cartón" (1928).
Ha sido fantástico descubrir cómo un Martín Adán de escasos veinte años pudo aguzar tanto la mirada y hacer una obra tan atrevida para su época.
Más que una novela, en mi opinión es un poema largo, un ejercicio fino y vanguardista del lenguaje.
Aquí les comparto un retazo. Disculpen por la subrayada, no puedo evitarlo.

La perra

De lo mejor que me he leído en esta cuarentena.
La escritora caleña Pilar Quintana parece escribir sus líneas con un pincel delgado y cargado de tinta. Se sirve de un lenguaje sencillo y poderoso con el que retrata la vida de una pareja en la costa del Pacífico colombiano.
Por una razón fundamental Damaris, la protagonista, adopta una perra.
La relación con su mascota refleja dos relaciones: la de Damaris y Rogelio, su esposo, pero, también, la intensa y tormentosa relación entre Damaris y su pasado de niña.