sábado, 13 de junio de 2020

¿Adónde iré cuando muera?

Esta frase del novelista irlandés, Premio Booker 2005, ha rondado en mi cabeza en los últimos días.
¿Adónde iremos, una vez que nos alcance la muerte?
No lo sé, sin embargo, toda esa herencia antropológico religiosa de mis ancestros, de mi infancia que se nutrió de ese mito bíblico acerca de que la felicidad se alcanzará en un Cielo o en un más allá que no conocemos, me hace cada vez más consciente que la espera de "algo mejor" solo me colma de sufrimiento.
Desde mi punto d
e vista, más allá de cualquier circunstancia, es en este preciso momento donde yo debo intentar ser feliz.
Y cuando hablo de felicidad no me refiero a un estado particular de alegría o euforia, sino a esa condición humana relacionada a la satisfacción interior.
Se trata de ser consciente que lo más importante no es la cantidad de cosas que haga, tampoco los resultados que obtenga de ellas, sino la calidad de tiempo que yo dedique a realizar las actividades que me dan un disfrute, simplemente por realizar esas actividades en sí mismas.

¿Adónde iré cuando muera?
La respuesta puede ser tan insatisfecha como la pregunta.
Mi única certeza: solo cuento con un puñado de años y que, la decisión de no disfrutarlos, puede ser un suicidio diario.

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