domingo, 27 de junio de 2021

Cangrejos

Con el café de la mañana me suelo acercar a unos cangrejos que mis suegros tienen colgados en la pared de su terraza. 
Los toco porque me atrae su áspera superficie de lata. Rojiza y oxidada por la sal del viento.
A mi cabeza llegan los primeros veranos de mi vida en los que, tendidos sobre las arenas de Chincha, espiábamos con mis amigos a un ejército desprevenido de cangrejos. 
Uno de nosotros daba la orden y, a la cuenta de tres, salíamos disparados a perseguirlos. 
Me pasó hoy, que salí a correr descalzo por las arenas del Caribe: luego de recorrer varios kilómetros, divisé a varios cangrejos moverse rápidamente, de un lado a otro. 
Esa evidente señal de desconcierto despertó mis ansias de perseguirlos y me volqué a ellos. 
Nos les quería hacer daño, sólo quería jugar; pero cuando iba a coger a uno de las pinzas, se metió a su guarida. 
Unos segundos después se asomó desde su trinchera de arena y me observó con esos ojillos sobresaltados. Al verme ir tras él, volvió a esconderse y no salió nunca más.
A pesar del incansable trabajo de mis brazos, cavando en la arena, no me fue posible cogerlo.
Y ahora, cuando observo estos cangrejos inanimados colgados en la pared, los recuerdo escondiéndose.
Los imagino debajo de la arena, riéndose de mí. Riéndose de nosotros. Riéndose de toda esta humanidad asustada.

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