domingo, 27 de junio de 2021

Samara

“Los niños sólo pueden aprender a controlarse perdiendo el control”.
Esta frase me ha estado rondando en la cabeza desde hace días.
Emergió a la superficie el día que mi hija cumple años.
A partir de hoy, Samara tiene cuatro y me siguen sorprendiendo los contrastes de su personalidad.
Samara salpica ternura por la noche: “Para dormir, yo necesito que estén los dos conmigo, necesito su amor”, nos dice a Paula y a mí, en el momento de ir a la cama. 
Ahora, durante el día, ella despierta el carácter de las olas del Pacífico peruano, una sólida determinación que me hace sentir tranquilo como padre, porque deseo que ella crezca sabiendo que puede lograr lo que quiera en la vida: “Papi, no me ayudes”, me dice, cada vez que la veo empinarse encima de una silla para alcanzar algo. “No me empujes, yo puedo sola”, cuando pedalea en el triciclo y observo su esfuerzo al subir una pendiente.
Sin embargo, también muestra una personalidad indómita cuando no quiere hacer las cosas que no le gustan: “Voy a lavarte el pelo”. “No quiero”, grita como si la fuese a torturar. “Samara, es la hora de comer”. No me gusta eso, no me gusta lo otro…Voy a traer un cuento, decreta y abandona el comedor.
Sufro cuando pasa eso.
La paciencia suele acompañarme cuando estoy con ella pero, cuando tengo el tiempo justo, puedo perder el equilibrio:
“Niña malcriada, me quiere joder la existencia”, solía pensar antes de que Paula me enviara el link de un curso llamado Educación Consciente (Conscious Discipline). 
Debo reconocer que me daba un poco de rabia sacrificar mi tiempo de lectura en un curso que no me interesaba. Además siempre he pensado que la paternidad es una tarea que se va aprendiendo en el camino, algo tan natural como cuando aprendí a cruzar las olas del mar.
Mi visión cambió cuando escuché aquella frase de la psicóloga Becky Bailey: “Los niños sólo pueden aprender a controlarse perdiendo el control”.
Bailey sostiene que la tarea de los niños es perder el control. 
Que cuando Samara grita para que no le lave el pelo o se niega a comer, simplemente manifiesta un mecanismo natural de supervivencia. 
Aunque a veces piense que Samara necesita “mano dura”, lo cierto es que mi hija sólo reacciona mostrando sus emociones, porque es lo único que sabe hacer. 
Nadie le ha enseñado a autorregularse. 
Esto no quiere decir que deje de lavarle el pelo o alimentarla cuando ella quiera. Es sostener el límite, pero acompañando su proceso emocional: “Entiendo cómo te sientes, hija”.

Con ese curso comprendí que, si pongo “mano dura” en Samara, sí voy a conseguir que se lave el pelo y que coma cuando yo quiero. Pero también es posible que lo haga desde el miedo y - si continuo haciendo las cosas de esa manera - su autoestima se deteriore.
Más adelante, cuando Samara necesite coraje para enfrentar un evento difícil, tal vez no lo tenga. O si alguien pretende ir en contra de su voluntad, quizá no la acompañe la confianza suficiente para decir “No”. 
Y lo más grave, tal vez no confíe en mí para contármelo.
Según Bailey, porque su deseo de supervivencia natural fue neutralizado con un grito, con un golpe o con un baño de agua fría.
Samara tiene las olas del Pacífico dentro.
Sus olas hoy son suaves y, también, son fuertes e indómitas.
Yo quiero correr esas olas con ella y, para eso, debo trabajar en mi paciencia. Acompañarla.
Quiero que si, en el futuro, una ola de la vida le da un remezón, ella intente superar ese obstáculo por ella misma. Y, si no puede, que sepa que puede extender la mano, porque yo estaré ahí para ayudarla.

Felices 4 años, Samara. Eres la ola perfecta que me tocó correr en esta vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario