miércoles, 4 de agosto de 2021

Los abismos de Quintana




Cuando leí las primeras páginas de Los abismos evoqué un momento puntual de mi infancia, cuando mis padres decidieron separarse por un tiempo.   

Lo recuerdo como si fuera ayer. Quizá porque a los nueve años me agobiaba sentirme en esa tierra movediza de que mi papá pudiese no volver nunca más a la casa. 

Un sentimiento parecido me invadió cuando Claudia, la niña protagonista de la novela, descubre de manera casual que su madre le es infiel a su padre. Este hecho se desvela con un indicio sutil e inocente: Claudia ingresa a una tienda de ropa junto a su madre y, de pronto, desaparece de su vista. Camina hacia el cambiador, baja la mirada y observa: “Mocasines cafés contra tacones rojos”. 

¿Por qué su madre se ha metido con otro hombre? ¿Acaso ya no quiere a su padre? ¿El amor no es para siempre? Estas preguntas parecen rondar en la cabecita de Claudia, durante un paseo que hace con su padre en el zoológico. Ahí observa dos cervatos caminando inseguros sobre sus patas flacas: “Me recordaron a Bambi, que perdió a su mamá y se quedó solo en el bosque, con un papá al que no conocía, y me llené de una tristeza sin fondo que se sentía viejísima”. Luego avanzaron hasta los rinocerontes, que le dieron la impresión que eran de plastilina, unos modelos hechos a mano, con arrugas y raja.     

Estas dos potentes metáforas encierran esa inquietante sensación que perfora las entrañas de una niña cuando intuye que sus columnas de amor y cuidado están a punto de derrumbarse.

¿Acaso no sentimos estar en medio de un abismo silencioso y profundo cuando, de niños, nuestros padres tienen una discusión feroz y dejan de hablarse? 

Ese inevitable sentimiento de desamparo aparece en la novela cuando los padres le hablan a Claudia, pero cada uno por su lado. 

A pesar de esto, Claudia no naufraga en sus reflexiones ni en sus miedos. Al contrario, parece decidida a nadar hasta la orilla de los misterios encerrados en sus padres. Y, es entonces, cuando la novela crece en la segunda parte y da un giro que me llevó a recordar Mulholland Drive, la inolvidable película de suspense de David Lynch. 

La madre de Claudia, en un intento por recuperar su matrimonio, le propone al padre pasar unas vacaciones en la casa de campo de una antigua amiga del colegio, cuya madre murió en un misterioso accidente.   

¿Cómo ocurrió aquel accidente? La madre de su amiga había asistido con su esposo a una fiesta cuando, en un momento de la noche, tomó el auto y se perdió entre los acantilados de la sierra vallecaucana. 
¿Fue realmente un accidente? ¿Se suicidó?

Nunca se supo, sin embargo, cuando llegan a pasar las vacaciones a la casa de campo, en sus distintos rincones Claudia intuye la presencia de la amiga de su madre, de esa extraña muerte.   

En un clóset de aquella casa, Claudia encuentra fotos de la familia. Durante todas las tardes de esas vacaciones, mientras decide armar un rompecabezas al lado de la chimenea, también se van revelando las piezas perdidas de las historias de la novela: la de la desaparición de la amiga de su madre en un abismo cerca a la casa de campo, y, la historia de un abismo más profundo aún, el misterioso enigma de la separación de sus padres. Claudia comienza a comprender los silencios de su padre, las perdidas de su infancia, sus abismos afectivos: “Los muertos de mi papá, empecé a pensar, vivían en sus silencios, como ahogados en un mar en calma”.

Unos días después de acabar la novela hablé por Zoom con mis papás. Les conté que Samara entraría al colegio en agosto, que Lúa ya gateaba y Paula estaba muy feliz de amanecer otra vez en medio de la sabana bogotana. Y que yo, a mis 46 años, comenzaba con ilusión una nueva etapa fuera del país. Fue una hablada nocturna, de esas largas y distendidas que solo pueden darse cuando las niñas duermen profundamente. A través de la cámara descubrí a mis papás con la mirada limpia, disfrutando de una vida simple y sabia en su querida Chincha, con casi 50 años de convivencia.  

Aunque tengo la duda de saber si aquella separación les ha dejado secuelas emocionales, me queda claro que esa responsabilidad ya no es de ellos, sino mía. 

Soy yo, creo, el que debe volver a mirar ese abismo de mi infancia. 

Al leer esta novela me permití abrazar ese desamparo que sentí y que sintió Claudia, al sentirnos en el medio de una ruptura de la cual no fuimos responsables. 

Quiero mirar ese abismo con la curiosidad pícara e inteligente de Pilar Quintana, la escritora caleña premiada con merecimiento con el Alfaguara de Novela 2021, y cuyos abismos recomiendo con mucho entusiasmo.

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