martes, 2 de marzo de 2010

Tolosa, España: "El carnaval es del pueblo"


Cuando sonó el despertador, me levanté y caminé hacia la cocina. Como se supone que el carnaval era la fiesta de la carne, le di la razón a la historia, y me preparé un buen desayuno; un par de huevos fritos con jamón, jugo de naranja natural, pan fresco y un café con leche bien caliente. La Real Academia de la Lengua, define carnaval, como esos tres días que preceden a la Cuaresma. Etimológicamente, de cuna italiana, proviene del latín medieval, “carnelevarium”, que significaba “quitar la carne” y que se refería, a la prohibición religiosa de consumo de carne durante los cuarenta días de la cuaresma.

Luego del banquete, me asomé a la ventana y ¡Sorpresa! Todo lo que podía ver, estaba cubierto de un manto blanco. Blasfemé mirando al cielo. Encendí el televisor, y en el noticiero anunciaban que la temperatura en Tolosa, oscilaría entre 2 y menos 3 grados. “¿Y los carnavales?” — Pensé. Me vestí como un visitante de los fiordos noruegos y salí de casa. Luego de unos minutos, llegué a la estación, y cuando tome asiento dentro del tren, que salía a las diez y treinta de la mañana, un par de payasos con trajes cuadriculados y sombreros con flores se sentaron a mi lado. Me miraban extrañados al ver que no iba disfrazado.

Cuarenta minutos después habíamos llegado a Tolosa. Su casco antiguo y la Iglesia de Santa María al fondo, parecían estar flotando sobre las mansas aguas del río Oria, que se había disfrazado de lienzo verde para que los montes nevados pudiesen apreciar su reflejo.

El día iba a ser bastante largo, así que dándole otra vez la razón a la historia, caminé a saciar mi hambre, antes de que el Miércoles de Ceniza se encargue de quitarme la carne. Llegué al café Errotatxo, y en la entrada, me recibió una comparsa de bebés, pero bebés adultos, con trenzas largas y abdómenes orgullosos. Simpatiquísimos.

Luego de comer un par de pintxos, me retiré, y empecé a transcurrir lentamente por la vía principal, convertida en un río denso, compuesto por las aguas de distintas regiones del mundo. Aguas convertidas en sonrisas africanas, castañuelas de Granada, lanzas de tribus de Papua-Nueva Guinea, kimonos de geishas y cascos vikingos.

Me impresionó ver a los 18,000 habitantes de esta ciudad, capital de Guipuzcoa entre 1844-1854, volcados en las calles, construyendo un mundo onírico, donde no hay espacio para lo imposible. Empecé a dejarme llevar por las aguas mágicas de ese río, mientras mi mente se atestaba de preguntas, ¿Qué hace la muerte seduciendo a una hippie?, ¿Cómo se dejó embarazar esa monja? Y nada menos que por el arzobispo. Y si una Jane en sobrepeso, se entregó a los brazos de un King Kong, ¿Por qué una niña no podría encarcelar por un día a su querida madre?

Navegando por ese río mágico, pletórico de emociones, perdí la noción del tiempo. Escuché las campanadas de la catedral que anunciaba las tres de la tarde. En ese momento entendí las protestas de la huelga estomacal y me dirigí a un bar a comer un par de pintxos más. Antes de entrar al bar una puerquita coquetona me lanzó un beso volado, le sonreí y ella rió conmigo.

De pronto, me toqué los bolsillos, dueños de sólo un par de monedas. Resignado y sin ganas de buscar un cajero automático, me dirigí donde una viejita a comprar unas galletas. Cuando llegué hasta ella, me di cuenta que era una niña, disfrazada de un célebre personaje callejero: Teresa González “La Pirula”. Una chocolatera que se ubicaba hace muchos años en el lugar que la párvula ocupaba. Debía haber sido famosa, porque descubrí que hasta una pintura en su homenaje le había dedicado la ciudad. Increíble.

Después de liquidar el paquete de galletas, observé que la gente se movía en masa. “¿Adónde van?” — Pregunté a un muchacho. “A la Plaza de Toros. Las vaquillas, las vaquillas” — me decía alejándose. Apuré el paso y llegué hasta la entrada, que tenía una placa en homenaje al centenario de la Plaza de Toros, fundada en 1903, y en donde también se rubricaba la importancia que el pueblo tolosarra daba a los carnavales.

Desafortunadamente no tenía dinero para ingresar, sin embargo, me comentaron que había entrada gratis para los que entraran por el portón que conducía al ruedo, pero eso sí, había que esquivar a las vaquillas que salían. “¿Qué tan grandes son? — Pregunté, “Pequeñas. Además, los cuernos están limados” — Respondió haciendo una mueca desdeñosa. Unas cien personas esperaban a que se abriera la puerta, cuando de pronto, la multitud comenzó a avanzar, como en una procesión, lentamente, sin prisa, hasta llegar al centro de la fiesta brava. Afortunadamente pude ver una de las vaquillas esperando detrás de la puerta, ansiosa por salir al ruedo. “¿Pequeñas?”— Dije para mis adentros. Decidí saltar a la tribuna y observar sin riesgos el espectáculo. Las comparsas bailaban, un arzobispo saludaba a las 5,000 personas que ovacionaban a los valientes.

De pronto, sonó la trompeta, y apareció la vaquilla. Miraba nerviosa de un lado a otro, con los cuernos erguidos, sacando su lengua rojiza, mostrando orgullosa ese lomo enlutado, capaz de matar de un infarto a cualquiera. El público enmudeció.

La vaquilla buscaba un punto de referencia, hasta que lo encontró. Inclinó su cabeza, hundió su pata delantera, lanzó barro húmedo hacia atrás, y se lanzó tras la capa roja del arzobispo. El representante divino empalideció al ver aquella bestia de 120 kilos que se le venía encima, comenzó a correr como loco, como si hubiese visto al mismo diablo, saltó el cerco de madera y cayó cómo un costal en el suelo de cemento pulido. Llegaron a socorrerlo y se lo llevaron en camilla. “Primera vez en la historia del pueblo que la Cruz Roja se lleva a un arzobispo” — Me dijo un corralero sonriendo.


Los escondites del Cronista Errante

Museo de Chocolates de Gorrotxategi
Calle de Letxuga 2, 20400. Tolosa.

En el pleno casco antiguo, Xaxu, es un museo confitero, que engloba las técnicas de trabajo de los confiteros entre los siglos XIV y XIX y da cuenta del desarrollo de las técnicas de elaboración de productos tales como el café, el chocolate, el caramelo, el helado, el batido y el alcohol.

Restaurante FrontónFrontón restaurante – Jatetxea. San Francisco, 4 1er piso – 20400. Tolosa.
Teléfono: 943 652941

De diseño modernista, basado en el Art-Decó, es un punto de referencia gastronómica en Tolosa. La apuesta por los productos locales (las alubias, las guindillas de Ibarra y los pimientos de Gernika) ha sido la clave para desarrollar una cocina tradicional muy actualizada.

Hotel Oria TolosaCalle Oria 2, 20400. Tolosa.
Tel: 2273-1035
Situado en el centro de la villa e inaugurado en el año 97, el Hotel Oria es un hotel que mezcla dos estilos. El primero, moderno y vanguardista; El segundo ubicado en una villa ajardinada, mantiene su arquitectura original de principios de siglo.
Tarifas:
Temporada Baja:

H.Individual (1 pax) 54,00 €
H.Doble Uso Ind (1 pax) 54,00 €
H. Doble (2 pax) 78,00 €
H. Triple (3 pax) 110,00 €

Temporada Alta (Carnavales - Navidad)

H.Individual (1 pax) 58,00 €
H.Doble Uso Ind (1 pax) 58,00 €
H. Doble (2 pax) 84,00 €
H. Triple (3 pax) 120,00 €

Fotografía: Carlos Modonese



No hay comentarios:

Publicar un comentario