martes, 30 de marzo de 2010

Ubud-Bali, Indonesia:"Ubud, centro cultural de Bali"



Al tercer día de playa, y con la piel reventada por el sol, el mesero del bar se me acercó.

- ¿Y usted no corre olas?
- No soy bueno –Le respondí, por no decir que soy malísimo-. Vengo a llenarme de historias para luego escribirlas.
- Está en el lugar equivocado – Me dijo-. Ubud. Allá tiene que ir.

Esa misma tarde hice el check out y fui a un Rent-a-car. Pagué una cantidad de rupias equivalente a quince euros diarios por una Susuki Samurai, y después de las explicaciones del seguro y las herramientas, subí al auto, encendí el motor y ¡Oh sorpresa! El timón a la derecha. Yo lo sabía, sin embargo, comprendí la dificultad una vez experimenté hacer los cambios con la mano izquierda. ¡Muy difícil! Cuando salí del establecimiento estuve a sólo unos metros de colisionar con una palmera. El sujeto de ojos rasgados y piel de corcho salió corriendo de su oficina y me hizo un ademán con la mano para que me pasara al asiento del copiloto. Me llevó a la estación de gasolina más cercana, donde llenó el tanque y me enseñó a retroceder bien y andar en primera. Logrado el objetivo, lo llevé de regreso al Rent-a-car, eché un vistazo al mapa que tenía en el asiento del copiloto y tomé la ruta con dirección a la montaña, al interior de Bali.

Poco a poco fui alejándome de las playas, los bikinis, el ruido de los bares, y las olas balinesas, por las que deliran los surfers del mundo entero. A medida que los kilómetros pasaban, me sentía más cómodo en el carro de timón cambiado, salvo inevitables excepciones, como cuando quería cambiar a segunda, y mi pie izquierdo, siguiendo la lógica occidental presionaba el freno en lugar del embrague. Me llovieron los putazos, sobretodo de los motociclistas que manejaban como diablos en medio de esos caminos que lucían ornamentos de caña y bambú.

Después de una hora de camino, recién me aventuré a intercalar la segunda y la tercera, el camino se fue alargando y la noche parecía querer sorprenderme en la carretera. La luz del día se extinguía, así como también los rastros de civilización, y a partir de ahí, sólo me acompañó un camino asfaltado que se perdía entre los cercos salvajes de bambú. La escasa luz me puso algo nervioso, me impedía observar el mapa con claridad, y decidí detenerme al lado de un niño con un burro que llevaba algunos costales de arroz sobre el lomo. Le di el nombre del lugar y señaló con la mano. “Por lo menos voy bien” – Pensé. En ese momento se me hacía difícil creer que algún hotel aparecería entre ese mar de chacras, por esto, seguí preguntando a todo aquel que me encontrara en el camino. Después de dar vueltas y más vueltas di con el lugar, entorné los ojos y leí el nombre al borde de la carretera: “Kupu-Kupu Barong”. Ingresé y estacioné el auto en un solar de gallinas y algunos cerdos. “¿Será que es acá? Esto parece una broma” – Dije para mis adentros con cierto escepticismo. Dos personas vestidas de blanco, impecables, me condujeron por un camino empedrado y llegué a una recepción con aire místico, de cuyo techo colgaban algunas lámparas de telas rojas y otras forjadas en paja, semejantes a nidos de aves.

Me dejé transportar por ese universo de detalles, cuyos contornos comenzaban a ser ocultados por la noche. Había llegado a Kupu-Kupu Barong, un hotel boutique en el corazón de Ubud, centro cultural de Bali, nido de artesanos y pintores locales, inspiración para algunos escritores contemporáneos. Sorprendiome ver a unos metros de la recepción, en medio de una piscina que perdía su horizonte en el bosque, un caminito moteado con pétalos rojos, blancos y rosados que daban a una mesa flanqueada por dos imponentes candelabros. “¿Y ese lugar?” –Pregunté. “A cada pareja del hotel se le asigna una cena romántica con atenciones especiales” – Respondió amablemente la recepcionista. Dibuje una mueca de asombro, levanté la mochila y caminé hasta la habitación, un bungalow que tenía en la terraza una piscina privada, donde pude reposar la espalda, destruida por el sol y la extensa manejada del día. ¡Merecido!

Al día siguiente, tomé el carro para visitar los impresionantes campos de arroz. La importancia de este cereal, imprescindible en la alimentación de los balineses, es evidente al observar el Subak, el complejo sistema de irrigación, un ecosistema artificial construido en forma de terrazas para un mejor aprovechamiento del agua. Además de ser el ingrediente esencial de la dieta local, la relevancia del arroz también se traslada a su religión, dado que forma parte de un ritual que viven a diario: las ofrendas, símbolo de agradecimiento a los dioses. Existen ofrendas de muchos tipos (de flores, frutas o trozos de la comida del día), sin embargo, una de las más comunes es aquella formada con la base de una hoja de plátano (o de cualquier otra planta) elaborada de tal modo que parezca una flor. Luego se colocan granos de arroz y florecillas de distintos colores en el centro, y finalmente se quema incienso en el momento de la oración. Esta pequeña obra de arte adorna pisos, entradas de casas o templos, y todo lugar donde se quiera rendir tributo a los dioses por las bendiciones con que colma a su pueblo. Las ofrendas son pues, una muestra no sólo del día a día religioso de Bali, sino también del arte que se practica a diario con las manos.

Después de observar los cultivos de arroz, volví a tomar el auto y visité algunos templos. En Ubud hay miles de ellos e incluso las familias construyen en sus propias casas templos hechos en piedra. Si bien el Islam es la religión oficial de Indonesia, el 90% de la población balinesa es hinduista. Sin embargo, lo practica de una forma diferente, dado que tiene matices animistas y se rinde culto a santos budistas. La reencarnación es herencia del hinduísmo, no obstante el animismo es mucho más antiguo en esa tierra, y basa su creencia en que absolutamente todo (incluso los objetos) tiene vida. Por esto, no se sorprendan si encuentran un árbol o alguna estatua vestida con un sarong ¡Ah! Y no intenten ingresar a un templo sin esta prenda sagrada, es una falta de respeto. Fuera de los templos encontraran tiendas atestadas de estas coloridas prendas que se usan como faldas.

De modo que regresando me detuve en el centro de Ubud, entré a un restaurante y pedí un Nasi Goreng, típico arroz balines compuesto de verduras y frutos del mar (Lo podrá encontrar hasta por un euro en algunos lugares). Después de comer, caminé unos pasos hasta llegar al templo Pura Bukit Sari, una joya arquitectónica y uno de los pocos templos grandes ubicados en el mismo centro de Ubud. De pronto apareció un simpático simio, luego otro detrás del primero, pero mi sorpresa fue enorme al ver que salían por montones de recovecos, grietas y de los mismos árboles que se confunden con esta maravilla labrada en piedra. Por un momento tuve la sensación de estar en un templo en manos de primates. Al cabo de un rato apareció el simio más grande, acercose a mí y me miró a los ojos de una manera extraña, como si estuviese leyendo mis pensamientos. Me quedé helado. Recuerdo en una entrevista de la escritora Rosa Montero al naturalista David Attenborough, cuando éste le confesó que uno de los momentos más conmovedores de su existencia fue cuando encontró a un gorila de las montañas, y los dos se miraron a los ojos y se reconocieron. Mi conexión con ese mono no fue tan profunda, no obstante puedo jurar que parecía estar pensando algo como: “Tú eres uno de los míos hermano”. Compré plátanos y se los empecé a lanzar, hasta que un lugareño me advirtió: “Entrégaselos de a pocos. La glucosa de la fruta les genera un vicio que los puede llegar a enrabietar”.

Días de muchas historias aquellos en Ubud. Comprobé que esa isla, como pocas en el mundo, es mucho más que playas, daikiris y buenas olas. Bali respira arte, gastronomía y religión de la manera más natural que un ser humano pueda percibir.

Los escondites del Cronista Errante

Templo Besakih
Conocido también como "el templo madre" por ser el más grande e importante de Bali, fue construido sobre las laderas volcánicas del Monte Agung (el punto más alto de la isla), y tiene sus orígenes en el siglo X. Según las creencias tradicionales, cuando los dioses descienden a la tierra se alojan en este templo. Declarado por la UNESCO como patrimonio de la humanidad, ofrece una impresionante vista en la zona más alta desde donde se puede contemplar el mar.

Hotel Kupu-Kupu Barong

Rodeado por 3 ha de jardines tropicales, tiene una espectacular vista del valle del río Ayung. Aunque no es una opción de bajo coste, considero que la experiencia es ideal para los viajeros más expertos, aquellos que desean disfrutar del auténtico Bali. Mímese con todos los tratamientos que ofrece.

Y para comer….

La experiencia gastronómica de Bali ocurre a diario en casas y palacios. Pregunte en su hotel o en cualquier alojamiento, que días ocurren las ceremonias públicas en Ubud. Las familias normalmente preparan días antes, una docena de platos a gran escala para esas celebraciones.

Cafe Wayan
En la misma calle del bosque de los monos. Ofrece menús de comida balinesa todos los días, no obstante sugiero que lo visite cualquier sábado por la noche, preparan un buffet enorme, un verdadero festín.


Fotografía: Carlos Modonese

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